Tras la derrota ante José María Aznar, Felipe González acuñó el término «dulce derrota», que es casi un oxímoron, y que le obligó al nuevo presidente del Gobierno, entre otras cosas, a «hablar catalán en la intimidad».
Como todo vocablo o locución suele tener un antónimo, podríamos decir que el logro de la presidencia de la Junta de Andalucía, gracias a los votos de Izquierda Unida le va a suponer una «amarga victoria» a José Antonio Griñán, porque la mano que mece el sillón en el que se sienta, y va a volver a sentarse, puede derribarlo de un manotazo, quien ya ha declarado que no piensa llevar a cabo recortes ni en Sanidad, ni en Educación ni en Canal Sur. La intención es tan buena como escaso el dinero, y algo habrá que quitar de esos 32.000 millones de euros del presupuesto para 2012, a no ser que los chicos de Montoro, se monten en el AVE, desembarquen en Santa Justa, y, con las calculadoras en la mano, comiencen a rebajar partidas, se ponga como se ponga Izquierda Unida. Y, si eso sucede, la situación de Griñán va a ser bastante incómoda, porque te dejan habitar la casa, pero los que disponen del presupuesto y deciden en qué se gasta, en qué se ahorra y en qué no, van a ser unos técnicos de Madrid, inmunes a las sevillanas, el barroquismo, la lucha de clases y el marxismo pasado por alegrías de Cádiz.
De la misma manera que De Guindos les advirtió a los empresarios catalanes, no hace mucho, que «van a saber lo que son recortes, si la UE nos interviene», el gobierno de Andalucía puede enterarse de lo que vale una nómina y una peonada, si no se cumple lo que Izquierda Unida parece querer incumplir. Y un detalle: el victimismo ya no levanta ni lástima ni simpatías, cuando todos estamos en el mismo grupo de damnificados.
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Luis del Val