viernes, octubre 4, 2024
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Cuando uno se levanta cada mañana y se conecta nuevamente a la vida, recibe una salpicadura de malas nuevas y peores augurios. Hay que escarbar entre los escombros y recuperar el aliento necesario para seguir adelante. Por todo ello  me alegra sobre manera que la solidaridad caritativa y humanista consiga un hueco en la crónica diaria de la actualidad. No es para menos, Cáritas ha capacitado profesionalmente a ochenta mil parados y ha logrado, en los tiempos duros que padecemos, encontrar trabajo a más de trece mil desocupados. Tal hazaña se ha colado en las rotativas de los principales diarios y ha conquistado algunos minutos en los telediarios. Una repercusión merecida. Hablamos de trece mil seres humanos agobiados, probablemente en la frontera del desarraigo, identificados en las estadísticas con un número impersonal, que han recobrado la dignidad del trabajo y la autoestima, también la estabilidad económica de sus familias.

He visto a los voluntarios de Cáritas concentrarse en las puertas del hiper, provistos de carritos de la compra, provocando los buenos sentimientos de la buena gente. Cualquier aportación es suficiente para ellos, te lo agradecen con una sonrisa incombustible. Después embolsan el precioso tesoro de alimentos, pañales, leche maternizada, productos para la higiene personal y alguna golosina para los más pequeños; lo cargan en la furgoneta y lo entregan en los bancos de la entidad. Cada día son más los que acuden a ellos para resolver sus problemas de supervivencia.

Atienden ya más de un millón de ciudadanos aparcados en las cunetas de la crisis y cubren como pueden el agujero que ya no logra tapar el estado del bienestar. Reparten comidas calientes en sus comedores sociales, facilitan ropa de segunda mano, regalan medicamentos, recorren las calles de muchas ciudades socorriendo la marginalidad y reconfortan a los ancianos mas solitarios, recluidos en sus casas en el otoño de sus vidas, sin compañía ni ayuda. Una labor insuperable.

He sido siempre muy crítico con muchos de los planteamientos de la cúpula episcopal, incapaz de comprometerse con los movimientos cristianos reivindicativos, continuadores de la doctrina social emanada del Concilio Vaticano y de las encíclicas obreristas que de allí salieron. Aquella simiente agarró, felizmente, en las conciencias de muchísimos hombres y mujeres de bien, los mismos que ahora atienden las necesidades más acuciantes del prójimo. Es una buena noticia que Cáritas sea también una agencia eficaz de colocación, cerrándose así el circulo magnifico de prestaciones diseñado por las iglesias de base. Me puntualizarán ustedes que los colocados por Cáritas son una gota de agua en el mar de desocupados dibujado el pasado viernes en la Encuesta de Población Activa, pero es un ejemplo para tantas oficinas estatales que se limitan a registrar las solicitudes de empleo y gestionar los oportunos subsidios. Nuestra sociedad sería mucho más injusta si no existieran organizaciones como Cáritas. Gracias.  

Fernando González

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