miércoles, octubre 2, 2024
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Bonjour Monsieur Hollande

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A lo largo de los muchos años de dictadura franquista, la oposición de izquierdas vivía como propias las elecciones presidenciales en Francia. Ganara quien ganara, y siempre lo hacía la derecha gaullista, aquí no pasaba nada. Un buen día François Mitterrand se hizo con la presidencia de la República y a todos les pareció una señal premonitoria del cambio por venir en Europa y en España. El país vecino siempre fue para los españoles, demócratas y liberales, una referencia de respeto escrupuloso a los derechos humanos, un lugar seguro de acogimiento y un paradigma del estado social. Aquí siempre hubo muchísimos afrancesados, aunque esta inclinación les constara la buena fama y la vida a un buen puñado de españolitos, enciclopedistas o no, que querían para España los valores de la Revolución Francesa y abominaban del absolutismo retrogrado y aislacionista de la burguesía patria.

Francia no ha sido, en esta ocasión, una excepción a la maldición europea y ha decretado también el relevo electoral de sus mandatarios, abrasados como tantos otros por la crisis agobiante desatada en el viejo continente. Ni Sarkozy, un gladiador de raza, ha superado la desesperación y el miedo de una sociedad molesta y empobrecida por la especulación de los mercados internacionales. Sarkozy prometió un nuevo capitalismo, regenerado y dinámico, generador de riqueza productiva para todos los ciudadanos, impermeable a las maniobras contables y acumulativas de las finanzas internacionales y vacunado definitivamente de sus propios males. Sarkozy no ha cumplido nada de todo aquello que anunció al mundo y ha terminado por convertirse en una marioneta descoyuntada de Angela Merkel, moviéndose descompuesto al ritmo marcado por la canciller alemana. Francia ha perdido con él su proverbial grandeza, convirtiéndose en un símbolo dual de la ortodoxia fiscalizadora y de la parálisis económica. Sarkozy llegó para recrear Europa y se marcha del Elíseo como un perdedor.

Retumbará de nuevo en París la Marsellesa y Hollande será el nuevo presidente de los galos. No tiene ni un gramo de carisma, más bien parece un hombre de partido, de esos que se mueven sigilosamente por los pasadizos del poder sin inquietar a nadie, y cuando los más ambiciosos se aprestan al combate encarnizado, la mayoría de los militantes y simpatizantes se fijan en él para evitar males mayores y preservar la unidad del proyecto político. Hollande, como el emperador Claudio en la antigua Roma, es un político de compromiso y se ceñirá la banda tricolor en su pecho para representar, muy erguido, el papel que la historia le ha reservado. Cargará sobre los hombros la representación de todas las fuerzas progresistas francesas y también con la esperanza de todos los europeos que buscan otra puerta de salida a una coyuntura tan tenebrosa.

Hollande ha prometido enfrentarse a los especuladores, grabar las fortunas acumuladas en Francia y los salarios de infarto, mantener firmes los pilares básicos del estado de bienestar y recuperar para Francia el protagonismo que se merece. Hollande está obligado a modificar la política de orden público de Sarkozy y a  manejar  de otra forma los gravísimos problemas de integración en los guetos arracimados en las grandes ciudades francesas. Con ser todo ello muy importante para nuestros vecinos, lo fundamental para nosotros es comprobar en qué quedará su proyecto de Europa después de encontrarse con la señora Merkel. Hollande quiere un punto de encuentro donde puedan coincidir identidades culturales y económicas distintas pero enraizadas en un tronco común, desea un intercambiador de oportunidades, un elevador de economías deprimidas, un club de naciones parejas dotado de instituciones crediticias fuertes y comunitarias. Hollande tiene muy claro que el saneamiento presupuestario europeo es compatible, debe serlo, con el crecimiento económico. Sabe perfectamente que Europa no se puede construir sobre la miseria de treinta millones de hombres y mujeres parados y que los socios más arrinconados deben remontar el vuelo antes de que todos nos estrellemos y la zona Euro desaparezca para siempre. Mientras tanto, Bonjour Monsieur Hollande.

Fernando González-Estrella Digital

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Fernando González

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