viernes, octubre 4, 2024
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15M: tres razones y dos argumentos

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Un año después, muchas de las causas que despertaron la indignación en nuestra sociedad permanecen inalterables en la agenda política, social y económica. Además, algunos de los motivos que tanto enardecieron a los jóvenes españoles se han acentuado como consecuencia de las políticas de ajuste, la acentuación de la crisis en el sector financiero o el hecho de que el mapa político nacional no sea ya el reflejo de dos colores bipartidistas, sino la expresión monocolor de una sola opción política. Así que las circunstancias, un año después de la primera reacción de los llamados indignados, explicarían con claridad que ese movimiento se hubiera multiplicado exponencialmente.

Pero no es así por tres razones. En primer lugar porque en España no se daban las condiciones objetivas que impulsaran un movimiento social contra la política institucional pues, más allá de cuestiones puntuales, nuestra democracia está saneada, es imperfecta, sin duda, pero goza de una salud suficiente para activar desde sus propios mecanismos la solución a sus problemas. A diferencia de los países árabes, en España no hay dictadura, no hay represión ni falta de libertad. Podrá haber, eso sí, insatisfacción y malestar, como es lógico.

En segundo lugar, al no darse la condición primera de existir un gran objetivo movilizador, la dispersión y multiplicidad de reivindicaciones expresadas por los jóvenes y por quienes secundaban sus actos, no ha logrado germinar en un “programa” de máximos y de mínimos que pudiera marcar la eficacia del movimiento, al poder lograrse, o no, la conquista de tales o cuales demandas. A día de hoy, exceptuando la indignación en sí misma, es difícil precisar el carácter del movimiento.

En tercer lugar, en España se produce una paradoja. Al mismo tiempo en que se dan muchas razones de carácter social y económico vinculadas a los recortes del estado de bienestar para el malestar, esa misma dinámica que reduce el espacio público unida a la situación de crecimiento constante del desempleo y a las duras condiciones impuestas por la reforma laboral, frena la capacidad social de respuesta, de tal forma que hemos visto una relación inversa entre aparente necesidad y acción real.

Nos enfrentamos a una crisis profunda que ahora se ha manifestado en toda su crudeza en el sistema financiero. El ladrillo con su alargada sombra todavía tiene que darnos nuevas y difíciles muestras del daño que es capaz de causar, además de haber dejado a muchos españoles en el desempleo y de haber quebrado una boyante industria subsidiaria de pequeñas empresas. Y nuestra democracia, guste más o guste menos, aún conserva muchos y firmes valores que fueron determinantes en el momento de su alumbramiento. Contamos con una sociedad dinámica y un abanico de partidos políticos que cubren con su oferta ideológica el mapa electoral, permitiendo que todos podamos sentirnos identificados con alguna de ellas en particular.

Estos dos argumentos, una economía en crisis y un sistema democrático aún vigoroso, unidos a las tres razones expresadas más arriba, frenan el sentido original de aquel movimiento pretendidamente revolucionario y lo dejan como una extraordinaria experiencia más, interesante desde el punto de vista sociológico, pero con muy poco provecho político pragmático.

Editorial Estrella

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