Algo ocurre cuando no pasa nada. La situación en Siria dibuja sobre su suelo esta realidad: no pasa nada porque nadie actúa para que pase algo, y ocurre de todo, porque en estas circunstancias se dan las condiciones para que se dé cualquier fenómeno, especialmente de descomposición social y de violencia política y religiosa.
El atentado del jueves en Damasco es la tarjeta de presentación de un nuevo grupo terrorista suní, y los cincuenta y cinco muertos que provocó marcan el sendero de sus actuaciones futuras. Es lógico que esto haya ocurrido, pues en Siria se producen las condiciones suficientes para que la radicalización y la desintegración pasen por la máquina trituradora a la sociedad civil que ya vive aterrorizada.
Esas condiciones son la violencia de estado ejercida por El Asad y su clan alauí; la distorsión propia de la zona del papel de la religión, convertida en un elemento de conflicto y de ataque contra otros; la dictadura dinástica que se apropia de los bienes del país sumiendo a la población en la miseria; la falta de libertades públicas y privadas y otras razones asociadas a las anteriores.
La llamada comunidad internacional se inhibe realmente aunque muestre una actitud firme en términos formales, y esto no es consecuencia de la prudencia diplomática, sino de la falta de miras de una comunidad de naciones con poder geoestratégico que no se pone de acuerdo en la solución del problema por la contradicción de intereses particulares de cada país.
Así que, mientras tanto, la trituradora represiva diezma la vida de muchos sirios que se oponen indefensamente a la tiranía de El Asad, y otros sirios se arrojan a las tinieblas del fanatismo porque en la realidad objetiva no encuentran ni soluciones ni respuestas de hecho a los problemas planteados.
Y por eso no es extraño que podamos afirmar como Burke, que todos tenemos, con nuestra pasividad, una responsabilidad directa en los acontecimientos porque sólo basta la indiferencia ante el mal para que este triunfe. Y tal y como van las cosas, el mal tiene todas las papeletas para salir victorioso, ya sea en la forma de la prolongación de la dictadura represiva y criminal o cómo producto del ascenso descontrolado del islamismo radical terrorista que se superpondrá a la movilización popular y democrática.
El futuro de Siria exige una respuesta sensata de la Unión Europea, China, Rusia y Estados Unidos antes de que su quiebra definitiva suma en más y más dolor a su población y al mismo tiempo se cree un foco de terroristas que dejará en evidencia la falta de inteligencia de los países que tienen la posibilidad de frenar el desastre.
Rafael García Rico-Estrella Digital
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