Quienes se hayan asomado con frecuencia a esta tribuna conocen ya que mi entusiasmo por los comentarios del Profesor de Princeton y Premio Nobel de Economía en su blog del New York Times es más bien escaso. No cuestiono ni mucho menos sus conocimientos en materia de Teoría Económica, pero sí me siento perfectamente legitimado para combatir sus opiniones políticas llenas de dogmatismo. Porque eso y no otra cosa son la mayoría de sus artículos, a pesar de que Krugman hace un notable esfuerzo en envolver sus deseos en predicciones y vestir sus soflamas con ropajes de análisis técnico. Aunque sí que hay que reconocer una cierta sinceridad en el título de su blog (The consciensce of a liberal) que podríamos traducir como la conciencia de un progre(sista).
Su famoso post del 13 de mayo prediciendo el abandono del euro por parte de Grecia y una restricción a la disponibilidad de depósitos y cuentas
bancarias en España (“corralito”) es llamativo en varios sentidos. Primero por su estructura, con una presentación muy bloguera -comenzando con un vídeo de la representación de El Ocaso de los Dioses en el Festival de Bayreuth y siguiendo con una estructura muy esquemática- que dista mucho de las disertaciones más amplias y académicas con las que habitualmente nos regala y que van precisamente encaminadas a vendernos su doctrina político-económica. El telegrama catastrofista del domingo no tenía al parecer otro propósito que profetizar el desastre, no se sabe si con ánimo de prevenir o con el relamido deseo de quien ve su sueño hecho realidad. En segundo lugar llama la atención la enigmática referencia a que el augurio se atribuye a “muchos de nosotros” ¿Quiénes son ustedes, si se puede saber?¿liberales de la costa este que ven a Europa como el laboratorio de ideas del que están razonablemente protegidos por el Atlántico?¿profesores universitarios que requieren a toda costa que la realidad confirme sus modelos y deciden colarse en el experimento?
Lo cierto es que las mejores objeciones al comentario del Premio Nobel venían de la parte de sus propios lectores españoles, que rebatían y oponían en evidencia su atolondrada tesis en un magnífico inglés. También había comentarios, éstos casi todos norteamericanos, que le atribuían un interés directo en el ataque a la divisa euro en su pelea contra el dólar, todo ello en beneficio de los bancos americanos. A pesar de mi escasa estima por Krugman, pongo en duda esta posibilidad. Mi opinión es que Krugman no tiene nada de particular en contra del euro pero sí en contra de la autoridad económica que lidera su defensa, que no es otra que el gobierno alemán. Y la oposición del Profesor de Princeton a las políticas de Angela Merkel no es más que una lucha por poderes contra sus auténticas bestias negras, que son los think tanks que en Estados Unidos defienden la ortodoxia presupuestaria y el recorte simultáneo de gastos e impuestos. El colapso del euro sería para Krugman la demostración palmaria del fracaso de las políticas de ajuste (que él, en lenguaje un poco pasado de moda sigue llamando políticas económicas de oferta) y la reivindicación de lo que llama políticas de demanda o nuevo keynesianismo, del que se predica principal apóstol.
Hay que conocer algo a Krugman para comprender las profundas contradicciones de las que es presa y que, como nos ocurre a todos, explican
en parte la base emocional de sus reacciones. Ya tuve ocasión de explicar en esta misma tribuna el conflicto freudiano que el Profesor tiene con su colega Milton Friedman, por quien profesa un sentimiento de admiración y a la vez de rechazo que le lleva a concluir que Milton Friedman en el fondo pensaba cosas distintas de las que decía y escribía. En esa misma línea es preciso analizar el trauma que para Krugman supone que todo lo que para él es malo en política económica y en política en general venga, no de sus enemigos habituales del GOP y aledaños, sino del corazón de la vieja Europa. De la Alemania que, más allá de sus gobiernos de un signo u otro, representaba uno de los paradigmas de la apuesta por lo público en la economía. Si ahora Alemania (¿tú también, Bruto?) reniega de lo que el gurú considera la verdad de la política económica, tendrá bien merecido verse abocada al desastre. Ese es el pensamiento de Krugman. Si creen que exagero, sigan al profesor y verán que su última obsesión es Suecia. ¿Cómo el referente de los impuestos elevados y el inmenso gasto público puede haber sucumbido también a la tentación del
recorte?¿Cómo pueden haber abjurado de la fe verdadera?
El problema de Krugman no es con el euro sino con una línea de pensamiento político cuya derrota exige el cadáver del euro como víctima colateral y, si es preciso colaborar, se colabora. Recuerda al aviso que hacía Unamuno sobre el peligro que suponía Azaña, un escritor sin lectores que haría lo que fuera para que le leyeran. El post del 13 de mayo tiene más que ver con la incontinencia inconsciente de un progre dogmático que con la conciencia de un liberal. Bastantes problemas tenemos como para que meter el pánico en el cuerpo a los abnegados ciudadanos que sobrevivimos como podemos.
Juan Carlos Olarra- Estrella Digital
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