El presidente del Gobierno no ha tardado veinticuatro horas en acceder a dar explicaciones a los ciudadanos. Ha tardado varios meses. Si lo hubiera hecho hace mucho tiempo -al poco de llegar, hace dos meses, hace una semana, el sábado pasado- seguramente su crédito seguiría intacto o hubiera crecido. Hoy, por culpa de su inexplicable silencio, ha bajado muchos enteros -para algunos lo ha perdido casi todo-, pero tampoco el líder de la oposición ni su partido han ganado nada.
Al revés, han perdido la confianza de sus votantes y andan enredados en las luchas internas de los que conspiran permanentemente para lograr el poder. Parece que el objetivo de los políticos, sean del signo que sean, es alcanzar el poder y luego conservarlo a costa de lo que sea. Incluso mintiendo sin complejos de ningún tipo o traicionando sus promesas y sus compromisos. Y olvidando sus errores, aunque sean clamorosos y en muchas ocasiones, hayan provocado el hundimiento del país, hayan llevado a la ruina a miles de empresarios o hayan dejado en el paro a millones de ciudadanos. Y ninguno ha asumido sus responsabilidades políticas ni ha pedido perdón. Ni piensan hacerlo.
Hablaron de que estábamos en la Champions League financiera y económica, ocultaron la crisis, la negaron no tres, sino trescientas veces, fueron cómplices de los organismos reguladores que permitieron ocultar la basura debajo de las alfombras, empujaron a los ciudadanos a hipotecarse y luego les echaron la culpa de no devolver los créditos cuando se quedaron sin empleo y sin futuro, cuando la verdad es que las entidades bancarias han estado al borde de la quiebra por los créditos dados a las inmobiliarias y por su pésima gestión. Los Gobiernos, las autonomías, los partidos, los organismos reguladores, muchas entidades financieras, los sindicatos -y, ahora, hasta otras instituciones del corazón del Estado- han mentido descaradamente a los ciudadanos o están bajo sospecha.
Hace años, un ingeniero visionario habló de los «señores trabajadores» como muestra del respeto por los que eran parte del tejido económico del país y no sólo mano de obra. La democracia, recuperada en España hace casi cuarenta años, marca que la soberanía es de los ciudadanos, no de los organismos que deberían representarles ni de los partidos o de los sindicatos. Es de los «señores ciudadanos» que son los que acaban pagando todo. Y deberían ser tratados con respeto, con humildad, con transparencia. Por el poder y por la oposición. Son representantes al servicio de los ciudadanos. Deben ejercer el liderazgo moral y ético que les es exigible, rendir cuentas y ser responsables de sus decisiones. De las acertadas y de las equivocadas. No pueden ser tratados igual los que han generado este desastre y los que han cumplido su cometido con honestidad.
En todo caso, bienvenida sea la explicación sobre el rescate, préstamo, línea de crédito o lo que sea. Si se acaban las mentiras y las trampas, tal vez estemos empezando el camino para la supervivencia de un gran país.
Estrella Digital respeta y promueve la libertad de prensa y de expresión. Las opiniones de los columnistas son libres y propias y no tienen que ser necesariamente compartidas por la línea editorial del periódico.
Francisco Muro de Iscar