viernes, octubre 4, 2024
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Gibraltar

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No entiendo la consideración que España mantiene con Gibraltar. En tiempos de Zapatero y el gran Moratinos se llegó casi a la humillación.

No digo que haya que declararles la guerra. Ni a ellos ni a la Gran Bretaña. Nunca es tiempo de guerra. Pero entre declararles la guerra y dejar que nos tomen el pelo hay mucha diferencia y, por lo tanto, muchas maneras de presionar.

Los gibraltareños son el prototipo del nacionalismo separatista español. Ellos, como el nacionalismo periférico, nunca se conforman. Siempre quieren un poquito más. Y, como todos ellos, permanentemente, se han aprovechado de ese síndrome de pecado que les entra a la mayoría de los dirigentes españoles de todos los tiempos cuando hay que achuchar a los gibraltareños. Me gustaría saber qué está haciendo ahora, por ejemplo, Federico Trillo en Londres.

Pero lo cierto, es que estos malos ‘españoles’ siempre van a lo suyo. Lo del aeropuerto es un escándalo y las provocaciones permanentes a España con las aguas territoriales un escandalazo. Y ya lo de la celebración del 60 aniversario de la reina Isabel ha sido un aquelarre del insulto con la visita al Peñón del principito Eduardo, incluida. Aunque, en el fondo, no sea más que un nuevo gesto de ese avanzar continuo.

Ahora, Su Majestad el Rey de España ha anunciado que viajará el miércoles de la próxima semana, 20 de junio, a la Bahía de Algeciras, para visitar a los agentes del Servicio Marítimo de la Guardia Civil que protegen a los pesqueros españoles que faenan en el Estrecho. Todo un gesto. Ya era hora de hacer algo así. El Rey hace 36 años que no va a Algeciras de visita oficial. Desde 1976, don Juan Carlos lo único que ha hecho por Gibraltar ha sido decir bonitas palabras sobre ‘el objetivo irrenunciable de buscar la restauración de la integridad territorial’. Y ya vale.

Ya vale de burlas como la proyección de la imagen de la reina inglesa sobre el Peñón. Aunque ese guiño no haya sido más que una alegoría de nuestra decadencia actual.

Los llanitos, desde hace años, están acostumbrados a orinarse en nuestras orejas y que nosotros digamos que llueve.

Es hora de decir basta.

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La sonrisa de la avispa

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