lunes, noviembre 25, 2024
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Resistencia a la verdad

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La sociedad española lleva años resistiéndose a la verdad. Incluso cuando su evidencia se hace presente, en la misma puerta de casa y penetra hasta la cocina. Cuando no le queda más remedio hace como que sí, que la ve, pero de inmediato se aplica a la discusión de quiénes son los culpables y rápidamente cae en el espejismo de suponer que desorejándolos  sus males desaparecerían como por ensalmo y volveríamos a nadar en las frescas aguas del oasis rodeados de abundantes y dulces dátiles. Y ni hay oasis a la vista ni dátiles que llevarse a la boca. Lo que hay por delante es un desolador desierto que, o cruzamos o nos abrasa.

El precedente más esclarecedor lo tuvimos antes de aquellas elecciones que acabó ganando Zapatero en 2008, en aquel debate entre Pizarro y Solbes. Al primero se le ocurrió nada más y nada menos que decir la verdad, que señalar negro sobre blanco lo que empezaba a suceder y la que se nos venía encima. Solbes lo ocultó y la población «compró» de inmediato el «no pasa nada» y abjuro de aquel agorero que tenía la osadía de darnos las malas noticias.

El Gobierno prosiguió viviendo en el iluso suicidio y, escoltado por los sindicatos que ahora clamorean huelgas generales, siguió  despilfarrando lo que ya ni siquiera se tenía. Porque aún peor que en el cuento las cigarras pedían y conseguían prestado, y a sacos, el grano de las hormigas. En concreto y en el año 2011 exactamente 91.000 millones de sacos, de euros, que gastamos por encima de lo que ingresamos.

Ahora la gente ya sabe que hay crisis y habla de continuo de ella. Muchos la sufren y todos la padecemos de una u otra forma. Pero nos negamos a ver y comprender su pavorosa realidad. Nos negamos a asumir su dimensión y sus consecuencias que pueden incluso llevarnos en breves fechas a tal cataclismo que por lo que ahora se atraviesa nos parezca en el futuro una situación deseable. Pondré un ejemplo muy actual y muy candente. Los que ahora indignados claman por su paga extra (que presuntamente les devolverán como pensiones en 2015) se encuentren sin trabajo y sin salario o en el caso ya extremo, los que ahora ya no lo tienen afronten la definitiva tragedia de que no haya prestación por desempleo. Porque simple y definitivamente España haya quebrado, el Estado haya colapsado y no haya dinero ni nadie que nos lo preste. Porque ahora estamos viviendo de prestado, enteremosnos de una vez.

Lo que está en juego no es este o aquel recorte, esta u otra bajada de ingresos o subida de impuesto. Es mucho más. Es el conjunto del entramado, de lo que se ha venido a llamar estado del bienestar. La misma sanidad pública, la educación pública, las pensiones, todo. Porque el pozo se haya agotado definitivamente, nadie nos trasvase agua y se llegue a que simplemente no haya un euro, no quede ni gota vamos.

Este escenario, ese en verdad catastrófico, puede parecer hoy una profecía apocalíptica encaminada a meter miedo. Pues bien yo tengo miedo porque la ceguera de quienes no quieren ver lo aproxima más cada día y nos coloca más cerca de él que de los tiempos de vino y rosas que en cualquier caso tampoco van a volver y menos por arte de magia y menos aún en los parámetros de pelotazos y gratuidades de nuestro ayer.

Se denuesta a los políticos, y hay muchas razones porque hacerlo, se exige castigo a los banqueros y a ese contubernio económico-político que fueron las Cajas, y la justicia debe actuar con todo rigor, se grita contra ese monstruo administrativo hinchado hasta reventar que es nuestro Estado y nuestros diecisiete reinos de taifas autonómicos, y debe de aplicarse la dura vara y tirar de la rienda para frenar en seco y hacer retroceder el galope desbocado hacía el despeñadero. Todo es de cajón, de obligado y urgente cumplimiento. Pero todos tenemos que afrontar la verdad, la terrible verdad de nuestra ruina como Nación, de su posibilidad de quiebra. Donde no hay rescate que valga. Porque así es como en realidad se llama al embargo. A la llegada de las hormigas que vienen a cobrarse, que lo que harían sería quedarse y vender lo que aún valga algo y para algo. Ese y no otro es el mañana si en el hoy no empezamos a irles devolviendo aunque sea un grano y para ello debemos de conseguir tener al menos uno más de los que gastemos.

Claro que también podemos quemarlo todo, asaltarlo todo, acabar con todo y derribar el sistema. La Revolución, vamos. Muy bien y después, ¿de qué comemos?

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Antonio Pérez Henares

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