jueves, octubre 3, 2024
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El patriotismo de Montoro y la oposición de Rubalcaba

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Que el patriotismo suele ser un refugio cómodo y rentable nadie lo pone en duda. Habitualmente se recurre a él cuando las circunstancias limitan el discurso de forma terminante. Le anteceden con frecuencia la solidaridad y la necesidad de arrimar el hombro. Son conceptos y expresiones que buscan influir en el ánimo de la resignación para darle una forma positiva. Viene a ser algo así como pasar de “esto es lo que hay” al “hay que hacer esto”, siempre en defensa de la patria. La patria es muchas veces un concepto difuso, sobre todo si buscamos en ella el lugar común de pensionistas, parados, defraudadores fiscales y estafadores diversos.

Cuando citamos al bien supremo es cuando ya se agotaron los argumentos para prevenir que la decepción se torne en ira. En el Montoro de hoy, nada que ver con el de hace seis meses, pagar impuestos es un acto de patriotismo. Para Zapatero, en cambio, bajarlos era un planteamiento asociable a la izquierda. Es como si una ruleta rocambolesca hubiera jugado, mediante eslóganes, con nuestra facilidad para aceptar postulados extraños y confusos.

El caso es que agotados otros recursos dialécticos, es preciso recurrir a algo que vaya más allá del consabido “interés general”. Pero no se nos explica que lugar tiene en el amor por la madre España la amnistía fiscal, la tributación de las SICAV, la constante fuga de capitales o el drástico recorte de bienestar de la clase media y los trabajadores.

Es posible que si nuestra clase media quiere ser suficientemente española, tenga aceptar transmutarse en mayoría silenciosa, la nueva versión de aquella parodia franquista que evitaba hacer visible la constitución de una inmensa mayoría democrática, en el llamado tardofranquismo; es posible, quizá, que si los trabajadores quieren fortalecer la idea de España, tengan que renunciar a “privilegios” de justicia social establecidos tras muchos años de consistente lucha por ellos.

Para ser español, en definitiva, ya no basta con glosar las glorias de la selección nacional de futbol, sino que es preciso pasar por caja para hacerse cargo de la parte alícuota, que diría González, del desastre de Bankia y la brillante gestión financiera de otras cajas regionales. Para ser español hay que pagar la aspirina, enfermar lo justo, aprender lo imprescindible y aspirar a ser un buen peón del estrato social adjudicado en la cuna, pues la igualdad de oportunidades se ha tornado españolización de los sentimientos nacionales pagando a tocateja lo que corresponda para el desarrollo vital.

Rubalcaba, en cambio, ha pasado de ser un buen español en el congreso, apoyando sin cautela la nueva disciplina económica, a presagiar nuevos y desafortunados desastres. Un mal patriota, está claro. Pero sobre todo, un mal patriota a destiempo.

Ya ni los sentimientos nos pertenecen a la hora de expresarse colectivamente. Pronto ser español dejará de estar exento de IVA y tributará con contundencia. En eso, al final, acaba convirtiéndose siempre el patriotismo cuando los que nos gobiernan y los que dicen oponerse se quedan sin palabras. Y también sin palabra, en singular.

Editorial Estrella

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