El Gobierno es como Bankia: como necesita dinero, se lo quita a la gente. Uno, a los ciudadanos; el otro, a los clientes. Aquellos por los que uno y otro deberían velar, son sus víctimas. Si el Gobierno quisiera salvar a España de la bancarrota, nunca recurriría al absurdo expediente de arruinar a sus habitantes, pero es que es al Estado al que quiere salvar. El Estado es el sitio donde vive el Gobierno, que no en el poblado marginal en que se va convirtiendo todo cuanto queda fuera de sus lindes, y es natural que lo defienda a capa y espada, aunque ni para eso vale.
Bankia, por su parte, no custodiaba y administraba los bienes de sus clientes, sino que se los quedaba por el morro, y ahí siguen retenidos, para tapar sus agujeros crediticios, alimentar la caja de los sueldos y las indemnizaciones estratosféricas de sus directivos y para mimar a su nube de asesores y consejeros. A propósito de asesores: ¿Para qué los necesitaría un presidente, un ministro, un subsecretario o un alcalde, si fueran competentes y estuvieran bien instruidos en los asuntos del cargo para el que han sido elegidos? En el Estado, que es donde vive, y bastante bien por cierto, el Gobierno, las cosas son así, y, además, hay muchísimos coches oficiales de alta gama que se renuevan a cada tanto.
Pero a lo que íbamos: que el Gobierno es como Bankia. Por eso, creo yo, la nacionalizó, por afinidad pura de propósitos y métodos. Lo que los clientes de Bankia creían que eran depósitos garantizados, a plazo, rentables y seguros, resultaron ser las ranuras por las que, introducidos sus ahorros, iban a parar a los bolsillos de unos manguis que había detrás, lo cual se corresponde bastante con lo que les ocurre a los ciudadanos en su relación con el actual Gobierno: los derechos civiles, laborales y hasta humanos que creían a estas alturas indiscutibles y consolidados, resultaron ser papel mojado, y sus modestas posesiones personales, la casa, el sueldo, la pensión, material incautable para aplacar el ansia de los prestamistas, y para mantener el asesor, el coche oficial, las dietas y todo ese tren de vida que descarrilará llevándonos a todos por delante.
Rafael Torres-Estrella Digital
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