Nos hemos quedado sin luz de luna, como cantaba Chavela. La Vargas ha muerto a los 93 años. Vieja y casi ciega, pero no vencida. Pudo con la depresión y con el alcohol. Gano a la intolerancia y a la intransigencia. Pudo con su propia leyenda, la que fue articulando en más de cincuenta años de música y canciones.
Sobrevivió a José Alfredo Jiménez, su filósofo, como lo llamaba, el intelectual más certero de su entorno. Pero la quisieron muchos más, a los que no ha sobrevivido. Millones de seres humanos conquistados por su voz, enamorados de su fuerza y su pasión. Chavela, revuelta contra el mundo, como en una vieja película charra, llevaba pistola, bebía tequila, cantaba ronca y aguardentosa. Y le gustaban las mujeres.
Como si fuera un cantante de los de siempre, ella que era una cantante de las nunca vistas. Vestía pantalón largo y poncho rojo. Cantaba a la pena, a la tristeza, al desengaño, a la mentira del amor que embauca. Ella, que había embaucado al mundo con su tragedia como ritmo, su lindeza como norma, su fuerza como impulso.
Ya no quedan mitos y se extinguen las leyendas. Vino a Madrid, respiró el aire limpio de Guadarrama, como escribiera Neruda, y se refugió en la vieja casa de Federico, junto a los altos del hipódromo, la Residencia de Estudiantes. Presentó, con 93 años, los que tenía, otro trabajo; su creatividad constructiva sobre las venas desgarradas de la poesía de Federico. Después de haberse sobrepuesto a si misma, a su tiempo, a Diego Rivera o al amor por Frida, se rencontraba con la belleza de la poesía de García Lorca en el último postrer viaje de su existencia.
Con la voz agrietada por la vida vivida; con el corazón desgarrado y el alma encendida en una luz infinita, Chavela vino, se despidió y se fue. Al México de acogida, su patria verdadera y no la tierra costarricense, olvidada para siempre como el daño causado por una familia que nunca la quiso y a la que ella quiso aún menos. Nosotros, tan lejos, hoy, su familia de seguidores, de amigos; nosotros, sus lloronas desde hoy mismo, ahora que se ha ido desde Cuernavaca, trascendido, como decía la chamana, a cualquier allá donde esté ahora, nos quedamos con ella para siempre. Como para siempre se queda su voz entre nosotros.
Esta va por ti, Chavela.
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Rafael García Rico