El otro día, en una emisora de radio, disentí abierta y frontalmente con un portavoz de Facua, y me consta que algunas de las posturas que defiende trascienden de la defensa del consumidor y son abiertamente ideológicas. Por ejemplo, declarar la huelga de consumo cuando hay declarada huelga sindical, con lo que más que defender a los consumidores defienden a los sindicatos, o meterse de lleno en el laberinto del aborto, como si la potencial abortista fuera una consumidora de congelados, cuando se trata de algo íntimo y muy personal.
Sin embargo, reconozco el gran papel aglutinador y de concienciación que protagonizó durante la Dictadura, y consta por escrito que defendí muchas de sus posturas. Lo que ocurre es que, llegada la Democracia, la Política se hace desde los partidos políticos, y disfrazar la política de asociación es tan fraude como los que con tanto acierto denuncia Facua.
Tras dejar claro que mis simpatías actuales no son demasiado entusiastas, y que no soy un forofo, también es necesario opinar que la amenaza del Ministerio de Sanidad y Consumo con cerrar Facua, «porque no se ajusta a sus fines registrados» es un síntoma del peor de los autoritarismos, y entra de lleno en las tonterías contemporáneas a las que algunos políticos no saben renunciar o no pueden disimular.
Y, de la misma manera que discutiré con Facua cuando sostenga majaderías demagógicas del tipo de que este Gobierno va contra los pobres y se esfuerza en ayudar a los ricos, también criticaré al Gobierno cuando cometa o amenace con cometer alguna melonada sublime como clausurar una asociación de consumidores, lo que me ha rejuvenecido, lo reconozco, porque he llegado a creer que yo era muy joven y Franco no se había muerto.
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Luis del Val