No podía evitar saciar mi narcisismo mirándome al espejo, cada vez que salía de casa, en el gran espejo del portal. Cada día me veía más guapa, más deseable, más sensual… más sexual. Mis pantalones iban sustituyéndose por faldas y vestidos cada vez más cortos, tacones más altos y escotes más profundos. Las miradas de mis vecinos de barrio eran cada vez más lascivas y sus comentarios más cotidianos.
Una noche regresaba a casa y me encontré con el gran espejo emitiendo mi reflejo más brillante que nunca. Me quedé mirándome, disfrutando de las curvas que dibujaba. Comencé a mirarme en diferentes posturas, acariciándome el cuello y la cintura… absorta en el ensalzamiento de mi propio narcisismo no escuché unos tacones que se acercaban a mí hasta que fue demasiado tarde para disimular mi excitación.
Ella me miró. Era exuberante. Mayor que yo, su pelo más rizado, más negro. Su vestido más corto, sus tacones más altos y su escote… delicioso. Sustituyó mis manos por las suyas, colocándose detrás de mí en el espejo. Comenzó a besarme el cuello sin dejar de clavar su mirada en nuestro reflejo, recorrió mi cuerpo con sus manos. De un giro rápido en medio de aquella atmósfera tan sensual, su mirada se volvió salvaje y apretándome contra aquel cuerpo tan apetecible me besó de forma tan ansiosa que mis manos se volcaron en ella. Nos desnudamos arrancándonos la ropa, sus labios besaban mis pechos y mis manos agarraban fuertemente su culo intentado deslizarse hasta la entrada de su sexo desde aquella posición. Ella no paró de besarme, lamerme, morderme… siguió bajando por todo mi cuerpo y mis manos que estaban desesperadas por palpar su sexo arañaban la hermosa curvatura de su espalda.
Estaba postrada contra mi propio reflejo en el espejo, un reflejo que ya no me importaba. Tenía entre mis dedos aquellos rizos tan perfectos y su dueña estaba completamente dedicada a proporcionarme placer con sus labios, su lengua y toda su boca. Ni por un momento pensé en el escándalo que mis gemidos estaban formando, aquella mujer se estaba apoderando de mí. Sus labios se empapaba de mi sabor, su lengua jugaba a entrar en mi sexo y buscar mi clítoris, me inundaba una sensación de placer que casi dolía, sus manos acariciaban mis muslos y era insoportablemente placentero sentir su cabellera rozarme el vientre. Sentí una explosión en mi interior que provocó que mis piernas flaquearan y mi cuerpo se deslizara por el espejo pero ella persiguió ese pequeño desmayo para poder saborear todo mi placer entre sus labios.
No podía calmar mi sed de ella. Mi visión estaba borrosa y mi aliento entrecortado aún, pero mis manos buscaron su sexo y lo encontraron empapado. Enloquecí. Mis dedos entraron dentro de ella, parecían incluso furiosos por la ansiedad. Ella emitió un gemido cerrando los ojos y la tumbé sobre el suelo del portal. Mis dedos se movían dentro de ella, mis manos alcanzaban uno de sus pechos y su mirada se había evaporado para entregarse a mí. No podía soportar el deseo de empaparme de ella y besé y lamí todo su sexo. Sus jadeos y gemidos eran preciosos, podía sentir su placer dentro de ella y en el palpitar de su sexo. No podía saciarme, el placer que sentía aumentaba y cuando mi boca se llenó de ella, de aquel sabor tan exquisito y su gemido fue el más intenso, sentí como mis muslos volvían a empaparse de mí misma.
Dejé reposar mi cabeza sobre su vientre durante unos segundos. Cuando volvimos a recuperar la respiración… nos miramos.
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El Rincón Oscuro