La primera víctima de la guerra es la verdad. La segunda, la población civil, los ciudadanos comunes. No hay sangre en las aceras. Las tragedias se esconde detrás de los muros de cada casa. Los generales siguen mandado tirar las bombas desde sus despachos. Hablan con autoridad impostada de los grandes sacrificios que ellos nunca se aplicarían. Mandan los militares de la economía. Sus divisiones tienen forman cibernética de ordenes instantáneas. No respetan la convención de Ginebra de una sociedad democrática. No se hacen prisioneros porque habría que alimentarlos. Tampoco los ejecutan: los dejan a la marea de los recortes. Siguen rompiendo vidas, destrozando sueños, aniquilando derechos. Afirman que es por nuestro bien, que deciden lo mejor para España. ¿De qué España están hablando?
Me levanto por la mañana e inspecciono el ciberespacio en busca de un proyecto transitable. Solo encuentro dogmas. Pensamiento inducido por repeticiones machaconas. Hay que pagar lo que se debe. No podemos gastar más de lo que ingresamos. Hace falta un inmenso sacrificio colectivo. Igual que en el desembarco de Normandía. Los muertos eran bajas, los parados son solo una carga social. Los desahucios son órdenes judiciales. Los pensionistas son solo una estadística insoportable. Todavía no nos han dicho que vivimos demasiado para ser tantos. Bueno, lo han insinuado.
La criminalización se universaliza: funcionarios, parados, inmigrantes, pensionistas. Existir se está convirtiendo en un incordio para las cuentas de la seguridad social. Los parados tendrán que ir al monte incendiando para purificar su falta de trabajo. Los jóvenes, estos jóvenes que ni estudian ni trabajan. José Ignacio Wert piensa que estudia demasiada gente. Y además, casi ninguno es de familia conocida.
El mantra que quizá más me irrita es la consideración de que las empresas privadas pueden pagar millones de euros a sus ejecutivos. Lo público apesta, hay que privatizarlo. El cielo está lleno de palabras huecas, de eslóganes sin contenido. Rajoy no puede hacer otra cosa que lo que le impone la realidad. Quizá la resistencia tendría que haber trabajado para los alemanes.
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Carlos Carnicero