lunes, noviembre 25, 2024
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Adiós Esperanza

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El adiós de Esperanza Aguirre ha dejado desesperanzados a los suyos y huérfanos de referentes liberales, a quienes veían en ella su principal icono. Se marcha una de las grandes de la política, seguramente la mujer más poderosa en toda la historia de nuestra democracia que lo ha sido casi todo lo que se puede ser en la cosa pública. Se va una mujer valiente y coherente con su forma de pensar, que dice lo que piensa y piensa lo que dice, sin pelos en la lengua, experta como pocos en golpes de efecto. Muchas veces yo la he definido al entrevistarla como un volcán en erupción, capaz de organizar un terremoto político y mediático a las primeras de cambio, un verso suelto, una rara avis dentro de un partido político donde, como en todos, se premia más la sumisión que la lealtad.

Tal vez en eso, en su forma de entender la política como un acto de coherencia personal y política ha estado el secreto de su éxito y eso también es lo que ha dado munición a sus adversarios y fuerza a sus fieles. Sea como fuere lo que no deja Esperanza Aguirre es indiferencia y en ello ha estado su grandeza.

Se ha dicho que su adiós ha sido largamente meditado durante el último año, desde que el cáncer ¡maldita palabra! apareció, de repente, como aparecen estas cosas. Se ha hablado de cansancio personal, de hartazgo político, de desgaste anímico, de su profunda decepción e incomodidad con el proyecto que está desarrollando el inquilino de la Moncloa y también de presiones familiares y seguramente todos esos ingredientes son los que ha metido en la coctelera antes de presentar su sorprendente dimisión.

En un país donde nadie dimite que lo haga una de las grandes provoca una auténtica conmoción y lo que para sus adversarios será un alivio -«en el PP nadie tiene el tamaño de Aguirre. El tamaño de uno se mide por el de su rival», ha dicho de forma generosa Tomás Gómez- para los suyos el reto está en, al menos igualarla, y que su sombra no se torne en insoportable. Su marcha, se quiera o no, tendrá consecuencias en la derecha española en un momento en el que Rajoy no está para sofocar incendios internos con el país abierto en canal y siendo Madrid, como es, un bastión fundamental de los populares.

Es verdad que deja sucesor, y no es precisamente un recién llegado sino su mano derecha durante todos estos años, pero también lo es que si ella no era del gusto de los actuales mandamases del PP, menos aun lo es su delfín Ignacio González, cuyo destino al frente de la Comunidad de Madrid está por escribir. Una cosa es que la lideresa haya intentado dejarlo todo atado y bien atado y otra que nadie intente moverle la silla al nuevo, que no lo va a tener fácil  ni con los propios ni con los ajenos.

Esperanza Aguirre se marcha incólume, con los mejores resultados electorales que nunca nadie había obtenido en Madrid y ese triunfo le ha dado más fuerza, si cabe, a sus argumentos. Cuando ella hablaba de defender a muerte «las cosas de comer» como el concepto de España, la reforma del Estado autonómico, la firmeza en la política  antiterrorista, la bajada de impuestos y en suma la almendra del programa electoral con el que su partido recibió la bendición de las urnas, no lo hacía a humo de pajas, ni con palabras huecas. Iba directa al grano, de una forma valiente y descarnada, lo que a algunos les situaba ante sus propias contradicciones y les hacía sentirse incómodos. Ella predicaba y daba trigo, no aceptaba ni por asomo la superioridad moral de la izquierda ni que los nacionalistas tuvieran la sartén por el mango, no era políticamente correcta, ni temperamentalmente discreta. Por eso, sus enemigos querían colgarle de la catenaria y sus correligionarios ponerle palos en las ruedas. A sus electores se los llevaba de calle, lo cual no es frecuente en los tiempos que corren y los periodistas teníamos un filón cada vez que abría la boca. Echaremos de menos su coherencia, su fortaleza, su pasión y también sus titulares ¡cómo no!. Adiós Esperanza.

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Esther Esteban

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