La prensa tiene liturgias pendientes del calendario. Se acerca fin de año y se rememoran los acontecimientos y las imágenes que quedaran. Se especula con lo que nos deparará el año próximo. Todos los años lo mismo como una cadencia obligada.
Me deprime este cambio de año porque tengo la certeza de que iremos a peor. Está anunciado por los mismos que dictan las normas que nos conducen a empeorar.
Más paro, más pobreza, más miseria política, más falta de liderazgos y una sociedad atemorizada y deprimida que no tiene ninguna confianza en sus dirigentes ni en el futuro.
Merkel manda en nosotros y no está por la labor de preocuparse para que salgamos de esta brutal situación
El año que viene está marcado fundamentalmente por las elecciones alemanas en el último trimestre; lo que quiere decir que no cabe esperar un cambio de rumbo que nos aleje del precipicio. La señora Merkel manda en nosotros y no está por la labor de preocuparse para que salgamos de esta brutal situación.
No hay alternativa formulada aún cuando está claro lo que debiéramos hacer. La única alegría que todavía nos puede dar el año que viene es la unidad de los desfavorecidos para plantarse ante la deconstrucción de la sociedad. Audacia de los dirigentes sindicales y de los partidos de izquierda para tocar los tambores de unidad que son los que han permitido a la sociedad avanzar en los tiempos más críticos.
Ahora, las luces de la Navidad han dictado el obligado parón de las grandes decisiones hasta el mes de enero. Aunque no haya alegría, es Navidad, y ese intermezzo obligado por la tradición no suspenderá las obligaciones de tregua de cada final de año.
Tristeza, mucha tristeza por los que no tienen nada para soñar y por los que lo están perdiendo todo en una época de profunda insolidaridad. Lo siento, pero no tengo ánimo para fingir optimismo.
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Carlos Carnicero