Los grandes cambios necesitan establecerse mediante procesos profundos. Muchos achacan a la transición española la falta de profundidad para cerrar las terribles heridas abiertas durante la dictadura; fruto de esa pasividad consentida por los partidos constituyentes fue una tardía ley de memoria histórica, que resulto tan incompleta como torpe y tan imprecisa como reactivadora de los peores males de nuestro país. Que aquel gobierno no fuera capaz de encarar la solución de los viejos problemas de nuestros “demonios familiares” en locuaz expresión del Caudillo, no quiere decir que no fuera preciso encarar el pasado con voluntad de justa reconstrucción.
Durante años, nuestra transición fue modelo; principalmente para los países que salían de las dictaduras de los gorilas en la América del Sur y Centroamérica. La caída del comunismo y la irrupción de las mafias en la vida política, económica y social de los países del Este, sirvió para acrecentar el modelo español de transición ordenada. Pero ninguno de los dos modelos ha sido, en verdad, suficiente para reflejar el sentido que toda reparación histórica tiene que aportar para cimentar con solidez su futuro.
La sociedad egipcia ha reaccionado denunciando el curso del proceso político
Ahora asistimos a la primavera árabe. Estamos aún en la primera fase de un proceso revolucionario de manual. El gobierno de Mursi, una especie de gobierno provisional, trata de asentarse en el poder tras servir de puente hacia una Constitución que pusiese fin jurídicamente al régimen de la dictadura militar. De entre las fuerzas revolucionarias, la Hermandad surgió como espolón del nuevo tiempo, pero no ha tardado en dejar ver que tras su propuesta se encuentra más de lo mismo – poder militar – y radicalismo islámico salafista. Es decir, el cambio de una dictadura por otra cuyas bases sigan siendo las mismas pero con mayor fundamentalismo religioso como nueva forma de cohesión del régimen.
La sociedad egipcia ha reaccionado, afortunadamente, denunciando el curso del proceso político. Digamos que ha puesto fin, a pesar de los intentos de normalización que los propios norteamericanos han inspirado por sus intereses geoestratégicos, al proceso de transición ordenada que se asemejaba a la española, y antes de caer en la modalidad de las castas más radicales del islamismo, ha decidido protagonizar la segunda parte de un proceso del que no puede ser ajena la voluntad popular expresada por las movilizaciones cívicas y la plataforma de salvación nacional que actúa como frente organizado pluripartidista.
El problema egipcio se reproduce miméticamente en Túnez, aunque sea en una escala distinta y con severos matices diferenciadores en algunos aspectos. En ambos países falta una fuerza política social hegemónica que actúe como muro de contención de una nueva dictadura de los islamistas, y que dé fuerza a la inspiración revolucionaria que movilizó al pueblo. Es importante obviar modelos, y originar uno propio, capaz de sentenciar el pasado y guillotinarlo metafóricamente, excluyendo del proceso por la vía de la apuesta participativa a quienes pretenden el monopolio del poder compartiéndolo exclusivamente con aquellos con los que no queda más remedio. Los militares, vendidos abiertamente a cambio de inmunidad histórica y presupuesto propio.
los egipcios no pueden ceder al chantaje y actuar sin contemplaciones contra la tentación religiosa totalitaria
La alianza estratégica de Mursi como aliado fiel de los intereses occidentales en una zona delicadísima, no puede ser la trampa que nos haga preferir la dictadura islámica moderada frente al derecho democrático y transformador de una sociedad corrupta, que hoy representa el pueblo movilizado.
Aun a riesgo de mayores convulsiones, los egipcios no pueden ceder al chantaje, deben continuar la movilización y actuar sin contemplaciones contra la tentación religiosa totalitaria y complaciente con una casta militar. Es el derecho y el deber moral de noventa millones de ciudadanos que no deben volver a arrodillarse y que han de continuar por el camino emprendido hacia su verdadera libertad, política y económica.
Frente a una transición mal resuelta y sobre la que ya planean miserables intereses, es preferible que los egipcios profundicen en el proceso revolucionario y aseguren el final definitivo de sus propios demonios familiares para que no tengan la amarga necesidad de hacer ajustes con la historia cuando ya sea demasiado tarde.
Rafa García-Rico – en Twitter @RafaGRico – Estrella Digital
Rafael García Rico