martes, octubre 15, 2024
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Los apestados

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Unas veces fueron herejes, otros brujas, muchas judíos, o moros o gitanos o leprosos. Ahora son los políticos, y no les andan lejos muchos otros, sindicalistas de oficio, empresarios y ya no digamos bancarios o banqueros. El sambenito, la picota, la hoguera, la procesión, el escupitajo, la pedrada no son nuevos pero sí comportamientos reiterados en el conjunto de la humanidad y en España. El chivo expiatorio, la cabeza de turco, los apestados en suma sobre quienes se concitan todas las iras y a quienes hay que zaherir y victimar en plaza publica, sea auto de fe o sea guillotina, mientras las gentes clamorean salmodias o hacen calceta mientras les cortan la cabeza. Empieza y más que empieza a haber en nuestras calles un clima de linchamiento, de llevar a los cuatreros a la soga por las bravas y dejarlos allí colgados y pataleando.

La clase política tiene que ver y penar mucho por ello, vaya eso por delante, en lo sucedido y en dar cada día mil razones y ofrecer a cada instante toda su gama de estercoleros hasta ahora por lo general impunes. Tiene mucho de lo que responder y deberá de hacerlo ante la Ley y tendremos que verles pagar, y nunca mejor dicho, por ello. A los culpables, claro. Y solo a los culpables. Los que sean y con independencia de lo alto que estén y los poderes y agarres que tengan.

La ley de Linch, el acoso, la persecución y el derribo con técnicas de telebasura es un verdadero suicidio colectivo

Pero eso es una cosa y los linchamientos otra muy diferente. Y hay quienes están azuzando más lo segundo que lo primero y en casos o bien para salvarse ellos, los más podridos, y otros por buscar un explosión colectiva de la que saquen tajada. Se está inoculando desde hace tiempo un peligroso virus y su erupción puede acabar en un incendio donde nos consumamos todos. Incluso los que al principio acarrearon y arrimaron la candela.

Lo sucedido al exministro López Aguilar y a Beatriz Talegon la aparatik socialista con una decena de colocaciones, entre asesorías y cargos orgánicos, a la que el agitprop televisivo quiere convertir en «Bea, la joven rebelde, 30 años no son nada», debiera hacer meditar a todos y más a algunos sobre el caldo de cultivo que se está creando. Porque aunque uno pueda entender el cabreo suscitado por la presunta rebelde, a la que le sobró el maquillaje para enjugarle las lágrimas en todos los platós a los que acudió en una ginkana nocturna, yéndose a hacerse fotos en una manifestación contra los desahucios, el comportamiento de los manifestantes ni puede compartirse ni defenderse. Como no puede hacerse con esa imposición y coacción en la calles que un día los «indignados» y al otro los «mareados» suponen que les pertenecen en exclusiva y que pueden hacer lo que quieran sin atender a ninguna ley ni a ningún derecho que no sean los suyos.

Las cosas están mal, las gentes hartas, el mar revuelto y las esperanzas desvanecidas. Pero quemarlo todo, la ley de Linch, el acoso, la persecución y el derribo con técnicas de telebasura, con la repetición obsesiva gobelssiana y manipulada de una consigna o una mentira, es más que irresponsabilidad. Es un verdadero suicidio colectivo.

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Antonio Pérez Henares

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