«A río revuelto, ganancia de pescadores», dice nuestro refranero popular. Y eso es lo que están intentando algunos, no todos los que lo plantean, al suscitar el debate de si el Rey debe de abdicar ya en su hijo el Príncipe Felipe. Parto de la base de que en una democracia no debe de haber ningún tema tabú y todo por lo tanto es susceptible de poder ser debatido, incluyendo en ese todo lo que afecta a la Jefatura del Estado. Pero sentado ese principio, el siguiente paso es analizar si lo que se plantea tiene sentido, es conveniente o no.
No parece que en el momento presente, a la crisis económica y política, fuera lo más conveniente añadir la crisis institucional
A expensas de cómo resulte la operación quirúrgica de una hernia discal a la que será sometido el Rey el próximo domingo, no parece que el estado de salud del Monarca, con 75 años de edad, sea un impedimento para poder seguir desempeñando la obligaciones inherentes a su cargo. Cuando hace dos semanas, el Papa Benedicto XVI anunció su renuncia al Pontificado aduciendo que le faltaban las fuerzas físicas y espirituales necesarias para hacer frente a la tarea de gobernar la Iglesia, bastantes ciudadanos pensaron que se podía trazar un paralelismo con el Rey de España. Sinceramente, creo que no es lo mismo, no solamente porque don Juan Carlos tenga diez años menos que Benedicto XVI, sino también porque son situaciones objetivamente no comparables.
Descartado el motivo de salud para la abdicación, no parece que haya ninguna otra razón de peso que aconseje tomar tal decisión. Recomendaba Santa Teresa que «en tiempos de turbación no hacer mudanza» y no parece que en el momento presente, a la grave crisis económica que padece nuestro país, sumada la crisis política derivada de los diversos y frecuentes casos de corrupción que afectan a casi todos los partidos políticos, fuera lo más conveniente añadir la crisis institucional que supondría una decisión como la que estamos comentando.
Es evidente que la Monarquía y la persona de don Juan Carlos han sufrido un desgaste ante la opinión pública, derivado tanto de algunos errores cometidos por el Rey -sobre los que pidió públicamente perdón, algo que hay que valorar positivamente- como por las presuntas actuaciones ilícitas de su yerno Iñaki Urdangarin. Pero aun así, sigue prevaleciendo toda la aportación enormemente positiva que el Rey ha hecho a la consolidación de la democracia en España, desde su pilotaje de la transición política hasta su oposición frontal a la intentona de golpe de Estado el 23-F de hace treinta y un años. En unos momentos difíciles y complicados para España, por la crisis económica, por la crisis política y por los intentos secesionistas de algunos, no parece que sea lo más conveniente plantear que quien representa mejor que nadie ese valor de la unidad de nuestra Nación, abandone la nave.
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Cayetano González