Lo más delirante del asunto de los espías en Cataluña es que también los pagábamos nosotros. Como los pelotazos de Urdangarín, como los ahorrillos de Bárcenas en Suiza, como los aeropuertos sin aviones, como las maquetas de Calatrava, como los falsos Eres, como las dietas por residir fuera de Madrid a los diputados que viven en Madrid, como los sueldos de los consejeros de las Cajas quebradas y las astronómicas indemnizaciones de sus directivos, como todo. Si los partidos (salvo, al parecer, ERC e ICV) se espiaban en Cataluña unos a otros, lo hacían, no hay que darle más vueltas, con nuestro dinero, que es, como se sabe, el que manejan gracias a la munificencia y a la longanimidad del Estado del que se han apoderado en perjuicio de los ciudadanos, y de sus bolsillos.
La extrema diligencia del ministro del Interior no parece que vaya a redundar en la aclaración pública de lo sucedido
Ahí tenemos a una Alicia Sánchez-Camacho que, por indicación de Moragas, del célebre Moragas, se cita en un restaurante con la examante de Jordi Pujol hijo, que le revela el trajín de billetes de 500 euros a Andorra en el que, según ella, éste se hallaba enfrascado, pero el restaurante se hallaba hasta arriba de micrófonos ocultos y, de otra parte, la examante se toma unos meses para contarle a las autoridades lo mismo que le había contado a Sánchez Camacho. A partir de ahí, se desencadena la locura de saber quién ha espiado más, pues el dicho restaurante es, de una parte, nido de políticos, y de otra, el centro de operaciones o cuartel general de Método 3, una agencia de detectives que, en efecto, parece jugar, como mínimo, a tres bandas y pudiera ser que con varios bandidos. Nunca podíamos haber imaginado que tuvieran tanto interés para alguien las cosas que dicen los políticos, aunque sí, sin duda, las que se callan.
Como todo lo relacionado con el espionaje, la cosa pinta sucia, enredada y confusa, pero la extrema diligencia del ministro del Interior, Jorge Fernández, en averiguar la naturaleza y la envergadura de lo espiado en Cataluña en los últimos años por unos y por otros, no parece que vaya a redundar en la aclaración pública de lo sucedido, sino más bien al contrario. Nos vamos a quedar sin enterarnos de las corruptelas y los cohechos desvelados ante los micrófonos ocultos, y eso que todo el gasto, hasta los propios micrófonos, ha salido de nuestro peculio.
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Rafael Torres