Aunque la capacidad de sorpresa mengua vertiginosamente ante la evolución de los acontecimientos, me sorprende la superioridad moral con la que se analizan los resultados electorales en Italia desde nuestro país. No son para enmarcar, desde luego, dibujan un escenario que puede conducir a la ingobernabilidad con repercusiones sísmicas en la UE, pero caricaturizar la decisión democrática de un país como estrafalaria en unas circunstancias políticas como las que vivimos en España, parece excesivo.
Qué bien que somos españoles y aquí no tenemos Berlusconis ni Grillos, pueden pensar algunos. Y es verdad. Aquí solo tenemos un presidente que considera un valor supremo incumplir su contrato electoral en nombre del cumplimiento de su deber. Un partido de gobierno sometido al chantaje de un presunto delincuente al que promocionaron y protegieron hasta que todo se supo. Unas explicaciones, estas sí estrafalarias, sobre la vinculación laboral de Bárcenas con el PP dignas de un Grillo en el escenario del Club de la Comedia pero indignas si quien las hace es la máxima responsable de la organización de un partido político.
El circo se completa con un ministro de Hacienda que lanza insinuaciones de fraude contra todo aquel que discrepa
El panorama se completa con un PSOE que no consigue levantarse de la lona en la que quedó en la última convocatoria electoral, con problemas intestinos que se han visibilizado en la votación de la consulta popular en Cataluña celebrada esta semana en el Congreso. Con la sombra de la corrupción extendida en partidos y gobiernos autonómicos y municipales, y en los aledaños de la Casa del Rey. Con un expresidente de los empresarios encarcelado, con un vicepresidente al frente de una empresa que, presuntamente, pagaba en negro a los trabajadores. Con un expresidente de los jueces que tuvo que dejar su cargo por pagarse buenos viajes a costa del contribuyente. Con policías torturadores indultados y defraudadores amnistiados por el gobierno.
El circo se completa con un ministro de Hacienda que, usando información confidencial, lanza insinuaciones de fraude contra todo aquel que discrepa, ya sean medios de comunicación, actores, diputados concretos o formaciones políticas en general, como si el ministerio fuese su hacienda. Con una ministra a la que una trama corrupta pagaba los globos de las fiestas de sus hijos sin que ella se enterase. O con diputados como Toni Cantó, portavoz en la Comisión de Igualdad, frivolizando los datos oficiales de un drama como la violencia de género que mata como ETA en sus tiempos más feroces, una barbaridad tabernaria que no se resuelve con una disculpa.
En fin, pobres italianos… ¡Mira que votan mal!
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Isaías Lafuente