lunes, noviembre 25, 2024
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El verdadero derecho a decidir

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Como el agua que se escurre entre los dedos, la explosión democrática nunca se puede controlar entre los límites de un interés concreto. Precisamente la fecundidad democrática, es decir, la extensión de sus valores al conjunto de las actividades, es inversamente proporcional al deseo de los liderazgos políticos por mantenerse al frente de una burocracia bien organizada. Todo proceso abiertamente democrático es en sí mismo revolucionario si lleva impresa la voluntad transformadora. Al menos así lo creo.

Las organizaciones políticas tienden a la conformidad y al aislamiento. Ambas características acaban, a su vez, definiendo una relación con la sociedad en la que la distancia, que se experimenta de muy distintas formas, se convierte en la quintaesencia del discurso. Este se hace, como sucede en los mítines, desde una plataforma, elevada o no, pero en un plano diferenciado de los que escuchan y, lo que es más grave, de la realidad sobre la que habla.

Los cambios impulsados por las tecnologías de la comunicación han horizontalizado las formas de actuar en política

Durante años he creído a ciencia cierta en la necesaria consistencia y según los cánones conocidos de las estructuras políticas. Bien es cierto que en un tiempo distinto a este de crisis y cambio tecnológico. En aquellos momentos, la consolidación del sistema democrático en juego, exigía, en la opinión que entonces tenía, que hubiera una izquierda fuerte, bien organizada, con un brazo sindical y una fuerte implantación social, territorial y sectorial, capaz de abrirse paso ante las tentaciones involucionistas o el pensamiento de una derecha con una fuerte tradición cultural en la opinión pública y una capacidad de influencia económica, política y social a prueba de toda duda con independencia de su estancia o no en el gobierno.

Para representar un fuerte movimiento que cristalice en una opción política renovada, capaz de sobreponerse a este esfuerzo de la derecha por consolidar su nuevo modelo social, es preciso aceptar algunas ideas que no surgen de los laboratorios partidistas sino que son la expresión de realidades y sentimientos que se fraguan en la sociedad. Los cambios impulsados por las tecnologías de la comunicación han horizontalizado de forma impresionante las formas de actuar en política. Y la crisis ha puesto en marcha estrategias locales y sectoriales que no han pasado previamente por los despachos de la política.

Eso que es en origen bueno, tiende a ser malo cuando las movilizaciones pierden su eficacia en tanto que no logran confluir primero, y tampoco adquirir potencia política después. En un modelo de sociedad de democracia parlamentaria es preciso que haya diputados que defiendan lo que las movilizaciones reivindican. Si no se produce una conjunción real y si no se materializa un compromiso que afecte a la sociedad movilizada y a las estructuras democráticas y representativas, la tendencia será a la dilución y al desvanecimiento de las oportunidades que se encierran en la conciencia social y en su actividad reivindicativa.

Es preciso que haya diputados que defiendan lo que las movilizaciones reivindican

Ahora bien, para eso ha de producirse primero un fenómeno imprescindible, que es el de identificar cuál es la fuerza de la izquierda que asumirá esa función y cómo lo hará. Y es entonces cuando se hacen evidentes las carencias de las opciones que ahora definen la realidad. Si se quiere ser la organización mayoritaria y representativa desde la izquierda debe ser, como dice el expresidente González, una opción mayoritaria. Y eso, a diferencia de lo que piensan algunos oficinistas, supone dar forma política al caudal de inquietud social que ahora existe y siendo capaz de construir un discurso que recoja las aspiraciones de la clase media y de los trabajadores.

Para impedir que el PP se renueve en el ejercicio de su estrategia reaccionaria, es necesario que el sistema vertical que domina la burocracia política se convierta en un sistema reticular en el que la participación sea el fruto de la conexión social, y en el que los liderazgos surjan de manera natural entre quienes aspiran a ellos porque tengan fuerza representativa suficiente para plantearlos, y sin la impostura de los manejos y las chanzas que las estructuras actuales que todos conocemos permiten entre las moquetas de palacio o en los cuartos oscuros donde nacen, crecen y maduran personajes que por más que se empeñen han caducado irremisiblemente.

La participación inexcusable y abierta es el verdadero derecho a decidir; el que avanza paso a paso sin forma posible de evitarlo.

Rafa García-Rico – en Twitter @RafaGRico – Estrella Digital

Rafael García Rico

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