Confieso con carácter previo que no soy vaticanista (curioso oficio temporal de nuevo cuño), ni experto en teología, ni en religiones. Soy si acaso un católico bastante regular por lo irregular y en consecuencia, como las fincas de antaño, manifiestamente mejorable. También reconozco sin pudor que no me he documentado ni siquiera en Google acerca de la vida y obra del nuevo pontífice. En consecuencia este análisis no es sino una reflexión personal basada en mi particular y seguramente corto acervo.
Pienso en voz alta sobre la relevancia que tiene el hecho de que el nuevo obispo de Roma haya decido escoger el nombre de Francisco. En primer lugar, cualquier pontífice que adopta el nombre de un antecesor nos anuncia algún tipo de legado al que rinde honor y devoción y que de algún modo nos puede dar pistas sobre su futuro. No hay precedentes recientes de nuevos nombres. El brevísimo Papa Juan Pablo quería rendir tributo conjunto a sus dos antecesores, Pablo VI y Juan XXIII. El Papa Francisco es el primero con ese nombre, lo cual nos priva de la fuente de ilustración del pasado y en cambio nos anuncia un camino nuevo, algunos dirán de incertidumbre, otros creemos que de ilusión.
Cualquier pontífice que adopta el nombre de un antecesor nos anuncia algún tipo de legado al que rinde honor y devoción
A nadie se puede escapar que si el primer pontífice que pertenece a la Societate Jesu fundada por el insigne vasco Ignacio de Loyola adopta el nombre de Francisco, quiere rendir tributo y buscar inspiración en la vida y obra de los dos insignes jesuitas españoles que continuaron la obra ignaciana, San Francisco Javier y San Francisco de Borja. La invocación al legado de la Compañía de Jesús y en particular a la labor evangelizadora no pueden cristalizar mejor en otro nombre. También con esa apelación al espíritu que habita bajo la cúpula de Azpeitia se puede apreciar una primera señal de vocación por la austeridad y el servicio. A todos los que hemos pasado por las aulas de la Universidad de Deusto nos han enseñado los jesuitas que, de todos los que sirvieron en esa casa de enorme erudición, sólo el hermano Gárate, encargado de la portería y de la escoba, alcanzó los altares como beato. Y el hermano Gárate, como el nuevo pontífice, tenía por nombre Francisco.
Evidentemente el Papa ha tenido en su mente y en su corazón al santo de Asís, abogado defensor de los pobres y reivindicador de una Iglesia más sencilla y más humilde, próxima al corazón de los hombres. Su vida cotidiana da buena fe de ello.
Por eso el Sumo Pontífice nos ha revelado mucho con la simple elección de su nombre. Los analistas, vaticanistas y demás “istas” que sigan actualizando sus informaciones en internet, poniendo etiquetas al Papa y recomendándole lo que tiene que hacer y decir, fundamentalmente desde el desconocimiento y la indiferencia. Y quienes tengan entendimiento, que busquen en su interior, que lean la Historia y que valoren la importancia que, para este Papa, tiene llamarse Francisco.
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Juan Carlos Olarra