El vacío es una condición complicada. Necesita aislamiento garantizado para que no sea ocupado por cualquier elemento o energía que tenga presión suficiente para vencer las resistencias que amparan ese incomunicación. Experimentos recientes han demostrado que incluso el vacío ideal, con oscuridad absoluta, manipulado desde espejos genera ondas de energía.
Los partidos tradicionales han abdicado de la pretensión de representar
La política no es distinta. La degradación de la democracia, la tendencia al vacío de unas instituciones tan inoperantes como para perder el reconocimiento social o la capacidad de imposición, generan un espacio que es ocupado por quienes disienten de esa situación. Los golpes de estados se alumbran frente a un vacío de poder por incapacidad de gobierno. Los descontentos con la representación política generan también fuerzas alternativas para remplazar a las que han quedado obsoletas. Los partidos tradicionales han abdicado de la pretensión de representar. Y surgen nuevas fuerzas sociales que tienden a reemplazarles.
En España, los partidos y las instituciones se han blindado ante los ciudadanos. Ya no se puede decir que los representen. Se esconden para ser inaccesibles a las protestas. Se blindan.
La degradación misma del concepto de representación viene determinada por la pretensión de que sea legítimo el incumplimiento de los compromisos electorales para sustituirlos por el «cumplimiento del deber». Declaración explícita de Mariano Rajoy. Y la inoperancia absoluta del PSOE, su incapacidad para regenerarse y promover alternativas los está hundiendo ante la indiferencia de los ciudadanos.
El descontento, la desafección, están testificados en las encuestas y se manifiesta constantemente en la calle. El poder, enfangado en casos de corrupción, está actuando con desprecio a sus promesas y frente a un consenso general de que las políticas contra la crisis no solo no sirven sino que están desvertebrando la sociedad.
La pérdida de derechos es un escrache colectivo del que solo se libran los poderosos
Escrache es un término acuñado en Argentina y Uruguay que define una protesta activa allí donde se esconden los destinatarios de esa repulsa. Es una actividad complicada porque definir sus límites legítimos implica una renuncia expresa a toda forma de violencia que deslegitimaría esa práctica.
El poder, en España, lleva practicando mucho tiempo el escrache. Los desahucios de los ciudadanos de sus viviendas son la forma límite del escrache. No hay mayor violencia social que despojar a una familia de su vivienda, en presencia de sus hijos, con el auxilio de la policía y de cerrajeros que violentan las puertas. La pérdida de derechos es un escrache colectivo del que solo se libran los poderosos.
El vacío de representación está siendo ocupado por protestas organizadas a las que ni los sindicatos ni los partidos dan amparo. Y la tendencia a ocupar el vacío no se detendrá con la pasividad de las instituciones. Solo tenemos que intentar y vigilar que no sea violento para que no pierda, también, su legitimidad.
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Carlos Carnicero