Alberto Núñez Feijóo es un político al que yo siempre he tenido estima porque me parecía un hombre con cierta independencia de criterio y suficiente capacidad política y gestora. Me sienta muy mal que tenga que haber sido él precisamente el que haya caído en este escándalo para el que no veo ningún remedio y bien que lo he meditado. A la hora de transmitir esta columna todavía no había dimitido el presidente de la Xunta de Galicia y yo no sabía si de verdad pensaba no hacerlo, como había asegurado en su comparecencia pública. Pero hombre de Dios, ¿a dónde va un jefe de Gobierno con esa mancha horrorosa en su currículo? Ya sé de sobra que no hay delito perseguible y que si lo hubiere habría prescrito. Pero no es el Derecho Penal lo que más importa en un servidor público, sino (y vale también para el madrileño Manuel Lamela) la ética, la estética, la decencia, la honradez, la capacidad de transmitir confianza en que lo único que persigue y lo único en lo que piensa es el bien de sus conciudadanos y el brillo de la política como acuerdo colectivo por encima de egoísmos, tentaciones, mentiras y asquerosidades.
Feijóo debe saber que su carrera política, aunque no dimitiera inmediatamente, es una carrera terminada
Además, este hombre ha negado saber lo que todo el mundo sabía en aquellos años en torno al narcotraficante Marcial Dorado, espero y deseo que eso ocurra por grave fallo de la memoria, lo que haría necesaria una visita al neurólogo. Feijóo debe saber, y seguro que lo sabe, que su carrera política, aunque no dimitiera inmediatamente, es una carrera terminada, por lo que más le valdría acabarla con elegancia y dignidad y decir aquello de que lo siento, no volverá a ocurrir, y dedicarse a otra cosa. No es que la oposición le exija que dimita ya, porque la oposición no tiene otra alternativa, y mucho menos cuando Feijóo ganó sus primeras elecciones por aquella historia de otras fotografías de Anxo Quintana. Es que tiene que dimitir ya, sin necesidad de que nadie se lo exija. Sea como sea, lo cierto es que las famosas fotografías producen asco e inquietud entre las buenas gentes de España, que son la mayoría. Y los políticos no están para producir esas cosas.
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Pedro Calvo Hernando