martes, noviembre 26, 2024
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El dinero del Rey

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Estaba cantado. Tenía que suceder y sucedió. Lo dice la sabiduría popular. Tanto va el cántaro a la fuente… Y el mal paso del Rey Juan Carlos en Botswana abrió la veda y ahora está tirado tirarle a dar. Ya vale todo. El Rey perdió su auctoritas allí y ahora puede llegar a convertirse en una presa fácil. Desgraciadamente. Desdichadamente.

Ahora ya se cuestionará todo lo que haga. Todo. Lo mismo que antes se le perdonaba todo lo que hacía, ahora todo vale para atacarle a él y a la institución que representa. Además, está de moda pedirle cuentas, especialmente por una izquierda añorante siempre de repúblicas dramáticas. Siempre les fue bien el lío.

Pero, en estos días, se le está tirando al Rey a donde más duele porque, con la opinión pública sensibilizada, cuestionarle su patrimonio es ir directamente al corazón. Sobre todo por el que tiene fuera de España. Aunque los heredase de su padre.

Sorprende, en cualquier caso, que Don Juan de Borbón fuese tan rico, viviendo como vivía de forma austera

Sorprende, en cualquier caso, que Don Juan de Borbón fuese tan rico, viviendo como vivía de forma austera. En cambio, no sorprende tanto que tuviese el dinero en Suiza. De hecho, Alfonso XIII, su padre, desde que abandonó España en 1931, vivió siempre en el extranjero, incluida Suiza. Y en Suiza, también vivió, hasta su muerte, la reina Victoria Eugenia. Por tanto no tiene nada de extraño que el dinero de la herencia estuviese depositado en bancos helvéticos. Don Juan, dicho sea de paso, también vivió muchísimos años en el exilio.

¿Qué por qué sigue allí ese dinero? ¿Qué por qué el Rey no lo ha traído a España? En principio ninguna de las dos cosas es delito. Yo creo que, como mucho, es una falta de estética imperdonable. Como muchos de los laberintos en los que ha andado metido.

Pero habrá que escuchar a todos. Habrá que esperar a que la Casa del Rey aclare. Pero sí sería bueno que, mientras, todos empezásemos a hacer examen de conciencia para que, sea el que sea el resultado final, asumamos nuestras culpas.

En primer lugar, por supuesto, la de él mismo. Porque el Rey tiene mucha culpa de haber actuado sin ninguna transparencia. Después, la de los políticos que sabían demasiado y debieron de hablar hace mucho tiempo. Y, para terminar, la de muchos medios de comunicación que, sabiéndolo también, actuaron a la contra de sus propios principios.

Si todos hubieran/hubiéramos cumplido con nuestras obligaciones, ahora España no tendría que pasar estos tragos tan amagos.

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La sonrisa de la avispa

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