miércoles, diciembre 18, 2024
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En una oficina, contra la pared y con mi jefe

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Ya se había hecho de noche. La jornada de trabajo se había alargado más de la cuenta y en la oficina pensaba que sólo estaba yo. Apagué el ordenador, recogí mis cosas y me puse el abrigo sin perder muchos segundos. Mi chico llevaba más de dos horas esperándome en casa para cenar. Salí de mi despacho, cerré la puerta y cuando me di la vuelta noté que me observaban desde el despacho de enfrente. Me quedé paralizada. Mis ojos no podían desengancharse de los suyos. «Buenas noches», me dijo desde la distancia. Yo no pude ni articular palabra, y con una sonrisa di por respondido el formalismo. Bajé la mirada y continué mi camino a ritmo ligero. No había dado ni tres pasos cuando desde lejos oí mi nombre. Me quedé paralizada y antes de que consiguiera darme la vuelta, noté cómo cogían mi brazo. Mi mente ya sabía lo que iba a ocurrir, durante unos instantes lo rechazó, pero mis ojos se volvieron a cruzar con los suyos y fue incontrolable. Una locura adolescente nos invadió de manera descontrolada.

Cogidos de la mano, y sin cruzar palabra, nos refugiamos en un pasillo escondido en el que las cámaras de seguridad sabíamos que no alcanzaban a vernos. Me apoyó contra la pared con fuerza y durante minutos lo único que hicimos fue mirarnos. Temblábamos como niños. Él fue el primero en derrumbarse. Apartó la mirada y antes de hacer nada, se dejó caer sobre mí, apoyó la frente contra la pared y respiró hondo. Yo me quedé inmóvil. No sabía qué hacer. No era momento de palabras. Cerré los ojos con intención de tranquilizarme y acaricié su cara con toda la dulzura que el momento requería. Le quería hacer entender que sabía lo que estaba pensando y que el miedo era compartido.

En ese momento, él giró su cara hacia mí, a la altura de mi cuello, y pude sentir cómo su aliento recorría mi rostro. Yo me estremecí, él lo notó, y ya por fin sus labios se posaron en mi piel. Muy despacio comenzaron a recorrer la distancia que les separaba de mi boca. Cuando ya estaba en la comisura de mis labios abrí los ojos. Nuestra mirada se volvió a cruzar. Con los ojos asentimos y ya con toda la energía que requería el momento nos besamos apasionadamente. El tiempo se paró durante aquellos instantes.

Nuestras lenguas se enredaron con intención de no separarse nunca más. Mientras tanto, con nuestras manos comenzamos a examinarnos. Nos olvidamos de respirar, lo único que nos importaba era disfrutar de nuestros cuerpos. Con fuerza me quitó el abrigo, me desabrochó la camisa y bajó la cremallera de mi falda de tubo negra. Yo no me quedé atrás. Le aflojé la corbata que llevaba y poco a poco comencé a desabrocharle la camisa. Dejé su torso al descubierto y se lo acaricié. Mientras, nuestras bocas seguían enganchadas como imanes que parecía que nunca se separaría.

La pasión crecía por segundos. Desnudos de cintura para arriba, comenzamos a acercanos más al cenit. Subió mi falda hasta donde pudo, agarró mis piernas y con fuerza me elevó hasta que yo pude rodearle con ellas a la altura de su cintura. En ese momento, sentí la erección de su miembro rozando mi sexo y pese a que lo evité no pude sofocar el primer jadeo fuerte que salió de mí. Nuestros cuerpos comenzaron a frotarse con fuerza y yo no sabía si podría soportar estar mucho más tiempo sin sentirle dentro de mí. Me separé un poco de él, desabroché su cinturón y poco a poco comencé a acariciar su pene erecto. Su ritmo de respiración aumentaba a pasos agigantados y con él la velocidad con la que yo le tocaba. Justo estaba apartando mi braguita para culminar la penetración cuando él paró bruscamente y con lágrimas en los ojos me dijo que no podía seguir. Yo le miré con terror. Me desenganché de su cuerpo, le abofeteé y avergonzada por lo que había ocurrido en aquellos minutos que parecieron horas, cogí mi ropa, me tapé y salí corriendo del edificio. No me dio tiempo a llorar, no me dio tiempo a reaccionar.

P. D. Estaba casado, tenía tres hijos y me doblaba la edad. Parecía imposible, pero hoy es mi marido. Otro día os contaré cómo fue nuestra reconciliación.

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El Rincón Oscuro

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