Si somos capaces de diferenciar entre Europa y Angela Merkel, entre las instituciones y los ciudadanos, entre la autoridad y el poder, entre la política de las ideas y las decisiones de los tecnócratas, entre las instituciones y las masas, al estilo orteguiano, lo que sucede en España es muy similar a lo que sucede en Europa y la solución a ambos problemas debería ir paralela. Lamentablemente, ni Europa ni España tiene un proyecto de futuro, ni tan siquiera de presente, y están siendo desarboladas por la fuerza de hechos que no dominan.
Portugal revela que estamos todos al borde del abismo y que más sacrificios no sirven para conseguir mejor futuro
Quienes creemos en Europa y en la España de hoy, aunque más austeras ambas, más eficientes, más participativas, más transparentes, más justas, apostamos por más Europa para salir de la crisis, por más política para hacer frente a un poder financiero casi dictatorial. Pero parece que los políticos españoles y europeos han perdido el rumbo. Una mirada a Portugal, asfixiado por las imposiciones de los tecnócratas, como Irlanda, Grecia o España… revela que estamos todos al borde del abismo y que más sacrificios no sirven para conseguir mejor futuro. Francia líder europeo hasta anteayer, está hoy asfixiada por la corrupción, la ineficiencia y la desconfianza. Italia está sumida en una crisis política de fondo y no de formas. Inglaterra no sabe si quiere estar dentro o fuera, pero su Gobierno tampoco consigue fijar el rumbo.
Entre nosotros, la desconfianza ante una clase política desarbolada, incapaz de hacer pactos para crecer sin que los más débiles paguen todos los errores de tantos años, está siendo sustituida por movimientos sociales desunidos que tampoco tienen más que objetivos a corto plazo. Sólo con este resurgimiento anárquico de los movimientos sociales, que arrastran a muchos pero que no fidelizan a casi ninguno, no conseguiremos nada. Hacen falta pactos entre los partidos, apertura a los movimientos sociales para racionalizar e integrar sus protestas y su malestar y nuevos valores para construir una nueva sociedad.
Esta semana se cumplirán cincuenta años de una encíclica trascendental, la Pacem in Terris, de un Papa excepcional, Juan XXIII, que en tiempos tan difíciles al menos como los actuales, apostó por una paz que sólo era posible fundamentada en los principios de igualdad y libertad. Aunque en este medio siglo se ha avanzado mucho en derechos sociales, estamos en riesgo de construir un modelo económico que abandone el Estado del Bienestar -la igualdad, la libertad- para construir no se sabe qué. No lo saben ni los líderes españoles ni los europeos, desorientados, ineficientes y encerrados en sí mismos. La llamarada ética de Juan XXIII impregnó e incendió a la sociedad y a casi todos los líderes políticos. Hoy necesitamos otro grito, otro aldabonazo de alguien con autoridad moral que les diga a estos líderes que hay que caminar hacia la solidaridad y volver a poner a la persona, dotada de dignidad y derechos, como eje de la convivencia. Hay que cambiar los valores para salir de esta crisis.
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Francisco Muro de Iscar