Desde ayer, no oigo más que palabras desgastadas. Repetidas para quedar bien. Coincidentes aunque a cada una le hayan dedicado las suyas. Pero sin originalidad. Sonando a compromiso. Obligado te veas. Cuando ni Margaret Thatcher ni Sarita Montiel han muerto. Ayer murieron, casi a la par, dos viejecitas llamadas Margaret Roberts y María Antonia Abad Fernández. Lo que, por cierto, es normal a su edad ya que nadie puede vivir eternamente.
Pero tanto Margaret Thatcher como Sarita Montiel son inmortales. Vivirán eternamente porque ya forman parte de la leyenda. Hace muchos años que forman parte de la leyenda. Hace tiempo que ya no eran ellas. Sus leyendas respectivas las habían superado.
Tanto Margaret Thatcher como Sarita Montiel son inmortales
La Thatcher vivirá siempre porque fue la mujer que más influyó en la historia del siglo XX ya que, aparte de conseguir poner en marcha a un Reino Unido que se asfixiaba en una gran crisis económica y de valores a causa de una izquierda trasnochada, heredera del mayo francés, que se creía en poder de la verdad y la razón y lo ejercía con mano de acero; de acabar con el poder dictatorial que ejercían unos sindicatos intransigentes que maniataban la economía del país y dar el paso definitivo hacia la derrota de un terrorismo que ensombrecía la vida de los británicos, la Primera Ministra británica contribuyó, junto a Ronald Reagan y el papa Juan Pablo II, a descorrer el Telón de Acero para que el mundo pudiera ver la miseria moral y económica que se escondía tras él. Algo que la izquierda no le perdonó nunca porque la Caída del Muro de Berlín demostró que la teórica superioridad de la izquierda era una falacia y que, en el paraíso comunista, sólo existía miseria y corrupción. Y eso será recordado hasta la eternidad.
Sarita Montiel vivirá siempre porque puso a España en Estados Unidos cuando más lo necesitaba
Sarita Montiel, por su parte, vivirá siempre porque puso a España en Estados Unidos cuando más lo necesitaba sin saber cantar, sin saber bailar y declamando mal. Solo con su mirada. Porque la Montiel tenía ojos de mujer fatal, como la protagonista de aquella obra de Enrique Jardiel Poncela, que la hacían irresistible. Posiblemente, los ojos más seductores del cine español. Sarita hablaba con los ojos y así nadie se daba cuenta que no tenía voz bonita. Y cantaba con los ojos y nadie se daba cuenta que no sabía. Y se movía con los ojos para que nadie se diera cuenta que era bajita.
Pero Sarita Montiel era tan atractiva que todo el mundo caía rendido a sus pies. Y daba igual que fuese un científico insigne, un poeta de izquierdas, un famoso director de cine o un dentista… Los hombres la adoraban. Las mujeres la envidiaban y los travestis la imitaban. Era divina… Después se fabricó su propia leyenda y se convirtió en mito.
Por eso, es imposible que estas dos mujeres mueran. Cada una a su manera, vivirá para la eternidad en nuestra memoria. Formando parte de nuestros mitos. Y ya hace tiempo que forman parte de ellos.
¿A qué viene, entonces, tanto obituario, tanto llanto sin lágrimas y tantas palabras de lamento? Pero si no han muerto…
Dejad que los familiares y amigos entierren a sus seres queridos. Que los lloren y los añoren. Dejemos que descansen en paz Margaret Roberts y María Antonia Abad Fernández. Y alegrémonos, en cambio, de que su leyenda sigue íntegra.
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