Resulta curioso que uno de los primeros sancionados por un escrache (¡qué horror la palabreja!) vaya a ser Jorge Verstrynge, el que fuera secretario general de Alianza Popular, convertido ahora en un caudillo de la causa de los desahuciados donde, aunque lo intenta vivamente, no logra quitarle el protagonismo a la líder de ese movimiento, Ada Colau. El problema de Verstrynge es que o no ha encontrado su sitio en política o cuando lo ha encontrado otros no lo han querido y por eso da la sensación de que anda dando tumbos por ahí, buscando causas perdidas con las que identificarse.
Al que fuera secretario general de AP le persigue su biografía, como a casi todos los políticos, y aunque todos tenemos derecho a cambiar, es muy difícil mirarle y no ver a un hombre de derechas, por mucho que ahora se autodefina como un radical de izquierdas, se vista de progre y se plante en frente de la casa de la vicepresidencia, antaño compañera de partido, para acosarla cuando se encuentra con su hijo de 14 meses.
No se trata de que protejamos a los políticos, sino de proteger la democracia y por lo tanto a nosotros mismos
He de reconocer que toda la simpatía que inicialmente despertó en mí el movimiento antidesahucios, por lo que tenía de defensor de una causa justa, se está transformando en decepción por el tema de los acosos, que me parecen intolerables. Son intolerables porque atufan a totalitarios y porque cada escrache es, no un acoso a un político en concreto o a un partido determinado, sino un acoso a la Democracia.
Una cosa es el derecho a la manifestación y el que tenemos los ciudadanos a mostrar nuestra indignación y otra muy distinta es que se «señalen» las casas de los políticos y que los hostigados sean sus hijos. Afortunadamente nuestro país a los políticos les señalamos en las urnas y son ellas quienes les deben poner o quitar.
El límite intolerable, ese que no se puede traspasar, es el de violentar el ámbito privado de los políticos. Porque hoy son los políticos del PP, mañana serán los del PSOE, pasado mañana los de Izquierda Unida y luego vendrán a por los jueces cuyas sentencias no guste a determinados colectivos, o los periodistas por escribir u opinar cosas que para ellos no sean convenientes.
Todos, absolutamente todos, estamos decepcionados con la clase política y nos repugnan los abusos y las corruptelas que se han producido entre los que han ostentado el poder fueran ideológicamente como fueran. Aquí no se trata de que protejamos a los políticos, sino de proteger la democracia y por lo tanto a nosotros mismos. A mí quien me representa es el Parlamento cuando legisla cosas que me gustan y cuando no lo hace y no me siento representada, en absoluto, por ningún tipo de actitud violenta o intimidatoria de un puñado de personas, por mucho que lo que reivindiquen sea una causa que me parezca justa.
Donde no hay democracia hay totalitarismo y donde no hay libertad hay opresión
Yo no sé si la decisión de la Junta de Andalucía de expropiar viviendas a los bancos se ajusta o no a derecho. No sé si estamos, como dicen algunos, ante una norma loable o ante un flagrante ataque al derecho la propiedad privada, pero prefiero con mucho que sean los políticos quienes tomen la iniciativa a que la razón se intente imponer a la fuerza. Si tuviera que elegir entre Griñán y Verstrynge no tendría la más mínima duda. Elegiría Griñán, porque ha sido elegido por los ciudadanos, las urnas le han dado su bendición y, por lo tanto con mayor o menor acierto está buscando soluciones a los problemas reales de los ciudadanos.
El otro día decía el maestro Antonio Gala que de esta España arredrada e ignota, sólo le traían quienes quieren sacarla de esa sumisión agónica y esa reflexión sin duda la suscribiría la mayoría de los ciudadanos. El riesgo está en que para algunos no se trata de despertar las conciencias adormecidas, sino de hacerlo abofeteando al sistema, que puede estar entumecido pero es el mejor que yo conozco. Donde no hay democracia hay totalitarismo y donde no hay libertad hay opresión se haga en nombre de la derecha o la izquierda.
No me gusta la violencia en ninguna de sus manifestaciones, no me gusta que se intimide a la gente, ni que se acose al que no piensa como tú. No me gusta la palabreja «escrache», a la que dada la riqueza de nuestra lengua, deberíamos hacer un «escrache», pero lo que menos me gusta de todo son los deshaucios y que a las personas se las despoje de todo lo que conforma su dignidad. Eso me repugna.
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Esther Esteban