domingo, noviembre 24, 2024
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Las cosas por su nombre: Acoso

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No hay nada que me ponga más nerviosa e intranquila que aquellos individuos que creyéndose ungidos por un halo divino, o en su defecto por una inspiración mesiánica y salvadora, hablan en nombre del pueblo, se erigen en salvadores del pueblo, y antes o después, intentan –y en algunos casos toman- el poder en nombre del pueblo, sin haberse acercado a una urna electoral.

Pues bien, ahora tenemos encima, un fenómeno de ese tipo, donde un grupo –nunca son más de 300- a base de lo que vulgarmente se llama acoso, y ahora de una manera más cool llaman escrache, anda de domicilio en domicilio, violentando personas, ciudadanos –y tanto me da que me da lo mismo, sean políticos o linotipistas- con la intención de «salvarnos» y hacer «un mundo mejor».

Años llevamos trabajando contra los acosos sexuales, laborales, escolares… en este país. Haciendo leyes, denunciándolos, en definitiva protegiendo a las personas para que nadie, con ningún pretexto, utilice la violencia física o verbal, contra otros. Sin embargo, mira tú, que ahora, nos encontramos con esto, con que violentar en su propio domicilio a una persona que ejerce la política es algo maravilloso.

Desde luego no tenemos unos políticos con una conducta ejemplar, eso lo tengo claro, pero, creo que no deberíamos olvidar, en ningún momento, que los hemos elegido, nosotros, y por la vía democrática. Nadie nos los ha impuesto a punta de pistola. En las últimas elecciones millones de personas ejercieron su derecho al voto de una manera libre, y supongo que responsable, y mientras no haya otra convocatoria de elecciones estas personas son los que nos representan legítimamente.

Del lado de la ilegalidad están aquellos que practican el escrache que solamente se representan a ellos mismos

Del otro lado, del lado de la ilegalidad, están aquellos que practican el escrache, que a día de hoy que yo sepa, solamente se representan a ellos mismos. No han pasado por ningún procedimiento democrático que les legitime para proponer ninguna causa en nombre de otros, y aunque sus planteamientos pueden estar justificados, el «método» no es el correcto, el que marca la Constitución, y ese uso de violencia verbal intimidatoria, no solo los deslegitima por completo, sino que además me hacen saltar todas las alarmas, pues la historia de nuestro país está llena de episodios de gentes que hablando en nuestro nombre, sin que nosotros le hayamos otorgado la palabra o la decisión, se han apropiado del poder, con las consecuencias tan nefastas que todos conocemos.

No hay nada como una crisis económica de las gordas para hacer que este tipo de individuos empiece a florecer como las margaritas en primavera. Se aprovechan del dolor ajeno, de la desesperación, de la angustia y en ese marasmo de malestar y padecimientos hacen su nido, haciendo que la crispación crezca y crezca para conseguir el único fin que pretenden, que es tomar el poder «saltándose el reglamento».

Los que tenemos mi edad sabemos perfectamente lo que significa el escrache, porque lo hemos vivido en nuestras propias carnes cuando entrabas en la cafetería de la facultad y al final de la barra siempre había unos individuos que se acercaban a ti, justo antes de las elecciones a delegados, y te susurraban ligeramente al oído eso de: «ya sabes de lo que va esto guapa, así que pórtate bien porque sabemos dónde vives y cuál es tu coche». O cuando estos tipos a la salida de clase te hacían «un pasillo» y ante la inactividad de la policía, que también merodeaba por los campus, te llamaban de todo menos bonita. Algunos no lo recuerdan porque ni siquiera lo han vivido, pero a otros parece que se les ha olvidado, o no quieren recordarlo, tal vez porque ahora no les conviene.

Y una última anotación, no me extraña ni lo más mínimo haber visto a Verstrynge a la cabeza de uno de esos escraches, es su estilo, y si no, que pregunten a aquellos que convivieron – lo de convivir es un eufemismo-  con él, en la Facultad de Políticas, allá por los años 70.

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Marta Pastor

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