Si alguna característica debe tener un Estado de Derecho es el buen y eficaz funcionamiento de la Justicia. La impunidad o la sensación de impunidad resquebraja la confianza de los ciudadanos, debilita al Estado y a sus instituciones y deja al socaire de los más hábiles y avariciosos el dinero ajeno. Por todo ello está bien, muy bien, que la Justicia haya entrado de lleno para investigar y, en su momento, juzgar los casos ya por todos conocidos.
Proclamada mi fe en la Justicia, en el valor de la norma y de su cumplimiento en el mantenimiento de las garantías que presiden nuestro ordenamiento jurídico, no puedo por menos que mostrar alguna que otra perplejidad.
La Justicia es más justa cuanto menos espectáculo la acompañe
Me produce perplejidad el que considero innecesario paseíllo de los tres grandes banqueros de nuestro país. El juez ha llamado a Botín, González y Fainé para averiguar de qué hablaron con el ministro Guindos, cuando ya -y esto es lo importante- Bankia había salido a Bolsa y se había desatado el «susto» por la suerte de una entidad sistémica. ¿Qué esperaba el juez de estas declaraciones? ¿Hay siquiera el más leve indicio de que en aquella reunión se decidiera algo ilícito? ¿Qué aporta a la causa las opiniones de estos tres grandes de la banca española? No logro entender el motivo jurídico de semejante paseíllo cuando en realidad lo normal e incluso deseable es que cualquier ministro de Economía, en época de crisis y de no crisis, se reúna con quienes tienen algo que decir. Pueden ser los tres grandes, los sindicatos, los empresarios. Probablemente todo resultaría más fácil si hubiera más reuniones como las que los tres grandes celebraron en su momento con el titular de Economía.
No es indiferente ni irrelevante para eso que se llama «marca España» que Botín, González y Fainé hayan hecho el paseíllo. Esto se apunta, se lee, se comenta y se valora y no precisamente para bien. Cosa distinta es que hubiera indicios de ilícito penal. En ese supuesto, nada que decir, pero en el asunto que nos ocupa solo se trataba de una reunión importante, pero solo una reunión en la que, además, no se decidió la suerte de Rodrigo Rato, presente en la misma.
La Justicia es más justa cuanto menos espectáculo la acompañe y el paseíllo en cuestión fue un espectáculo. Sin embargo, mi perplejidad no acaba aquí. Ahora, como quien se cae de un guindo, el juez Castro prohíbe a Torres el jugueteo que se ha traído con los e-mail que nada aportan a la causa. Después de los seriales que hemos ido conociendo, cabría decir eso de «a buenas horas, mangas verdes». ¿Cómo es posible que el juez se dé cuenta ahora de que nunca debió permitir que Torres hiciera de su capa un sayo con e-mail dirigidos no tanto a su defensa como a hacer daño a ajenos? ¿Nunca se le ha pasado por la cabeza intervenir los ordenadores, los discos duros y demás artilugios de Torres cuando se demostró, hace ya tiempo, que lo suyo era jugar al calamar?
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Charo Zarzalejos