sábado, noviembre 23, 2024
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La España de Angrois

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No sé cuántas Españas habrá, si dos, si tres, si diecisiete o si cuarenta y tantos millones, tantas como españoles, pero en la que quisiera vivir sí sé cuál es: la representada en la aciaga víspera de Santiago por los vecinos de Angrois. Nunca estuve, pese a mis muchas andanzas por Galicia, en esa remota pedanía que, sin embargo, estaba ahí desde antes de todo, y es muy posible que la incomodidad de ser español, el sufrimiento de serlo, se habría atemperado, o diluido, o mudado en sosiego, de haber sabido que a una legua escasa de Compostela existía un lugar, una parroquia, una aldea, donde los hombres y las mujeres conservan intacto el único gen que a los seres humanos nos hace superiores, siquiera a nosotros mismos: el del sacrificio por los más desvalidos y vulnerables de la comunidad y el del amor a nuestros semejantes.

Esa España tiene nombre de vecino, de bombero, de cirujano, de enfermera

Dentro de las Españas que pueda haber, también reconozco otra, bien que en las antípodas de Angrois: la de la rapiña, la ferocidad, el egoísmo, la estulticia, la cobardía, el disimulo, la ignorancia, la codicia y la mentira, representada por el grueso de las castas dominantes del dinero y la política. Las Españas intermedias, asfixiadas hoy por tan hermético tapón, desfallecían en sus desesperados intentos de respirar sacudiéndoselo de encima, sacudiéndose tanto pillaje, tanta mendacidad y tanta villanía, y ha tenido que ser un suceso terrible, ese de la curva de A Grandeira, todos esos viajes eternos para tantas criaturas, todos esos hierros retorcidos, el que ha permitido descubrir el Angrois que necesitaríamos y que todos llevamos, en realidad, dentro, solo que demasiado dentro. Valor y bondad, tales son los materiales, camuflados en piedra y madera, velados por las vías que cercenan la aldea y por las autopistas que la circundan, de que están hechas las casas, los hombres y las mujeres de Angrois.

Hay una España entre las Españas que no se llama exactamente así, sino Abel Rivas, Xosé Blanco, Carmen Rico, Isidoro Castaño, Anxo Puga… Incluso también, pues en Angrois la patria es el mundo, Juan Francisco Garrido, el policía que se volvió loco con la extrema cordura de salvar vidas, hasta quince al parecer. Esa España tiene nombre de vecino, de bombero, de cirujano, de enfermera. Y esa, que sabe expresarse sin palabras, es la que necesita el Parlamento de la Nación. Y la Nación.

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Rafael Torres

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