domingo, noviembre 24, 2024
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La estatua de la libertad (sin ira)

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En todas partes cuecen habas. A saber lo que hubiéramos dicho aquí si un monumento público no pudiese ser visitado por los turistas porque se ha producido ‘el cierre del Gobierno’: no hay dinero para pagar a los funcionarios porque la oposición bloquea los presupuestos en el Parlamento, en señal de protesta por la reforma sanitaria que impulsa el Ejecutivo. Así que los Estados Unidos han sido temporalmente cerrados, al menos en su aspecto oficial. Los informativos radiofónicos abrieron en la madrugada de este martes diciendo que no se podría visitar la estatua de la libertad, que a tantos visitantes a la ciudad de los rascacielos suele atraer, con mayor o, en mi humilde opinión, menor justificación: la dichosa escultura no es un modelo precisamente del canon de proporciones de Praxiteles. Pero representa, qué diantres, a la libertad. Este cierre generalizado era un ejemplo más del caos desencadenado por una clase política especializada en causar problemas, mucho más que en solucionarlos. O en solucionarlos tras haberlos causado.

Claro está que no digo yo que los españoles vivamos en el mejor país del mundo. Ni mucho menos. Tampoco en el peor, como algunas veces nos empeñamos los nativos de esta zona. Lo que ha ocurrido en los Estados Unidos, en cualquier caso, no hubiese tenido fácil copia en esta España. Por lo demás cainita, empeñada en el ‘y tú más’ y puñetera a la hora adversario frente al adversario. Ni lo que ha ocurrido en la Italia castigada por Berlusconi, a quien quisiera dar el título de personaje más impresentable del mundo, podría, espero, haber tenido parangón en la España de los Bárcenas y los ERE, sí, pero que, al menos, disimula con vergüenza la infamia, cosa que ni siquiera hace ‘il cavaliere’.

Me parece, en resumen, que el mundo va a peor. Y lo que más arriba aporto son apenas dos ejemplos. Estamos en una encrucijada que, a veces, me hace recordar períodos de la Historia, universal, europea y española, que de ninguna manera quisiera evocar. Que un turista japonés, armado con su cámara, no pueda visitar la estatua de la libertad me parece un asunto preocupante, que debe abordarse sin ira, pero también sin rechifla. Y menos aún aprovechando la (in) feliz coyuntura para enfrentar a la derecha del Tea Party con la izquierda Obama. Porque resulta que, a estas alturas, toda clasificación primaria -la derecha, la izquierda; socialdemocracia versus liberalismo- es un camelo; lo importante es, debería ser, el servicio al ciudadano al que se dice representar. Y eso es lo que viene fallando cuando subir a la estatua de la libertad es una libertad que no puedes tomarte porque ha habido cierre patronal. O gubernamental, que no sé si es lo mismo, creo que no.

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Fernando Jáuregui

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