lunes, noviembre 25, 2024
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Zapatero, un Rajoy anterior a Rajoy

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Según pudo apreciarse en la entrevista que le hizo la otra noche Ana Pastor, a Zapatero debe irle bastante bien. Lustroso, con buen color, rejuvenecido incluso, el ex presidente del Gobierno que por su brutal imprevisión y sus fatales errores alfombró el camino a la aplastante mayoría del PP, aplastante en todos los sentidos, confirmó su buen momento personal, muelle y próspero sin duda, expresándose con exquisita urbanidad y moderación, aunque también es verdad que el hecho de que no expresara absolutamente nada le ayudó a seguir fingiéndose el árbitro de la elegancia verbal. Su discurso, hueco y huero como el que usó a lo largo de su segundo mandato, tuvo que ofender necesariamente, pese a su prosodia monocorde y tranqui, a cuantos dejó tirados e inermes a los pies de los caballos.

Con el «buenismo» se hinchó a tirar cohetes, y no siendo bueno, ni competente, ni perito, se quedó sin cohetes en un santiamén

Zapatero no cargó mucho, o sea, nada, contra las antisociales y bárbaras políticas de Rajoy que empobrecen a la nación, porque el de León se lo puso en bandeja al de Pontevedra, actuando ambos de consuno. Y no sólo en mayo de 2010, cuando traspasó por primera vez las líneas atentatorias contra el llamado Estado del Bienestar, sino, particularmente, cuando modificó la Constitución para que las deudas privadas, las de los bancos y las de los tiburones del ladrillo, las pagaran el conjunto de los españoles, sobre todo aquellos que en su vida habían contraído deuda ninguna con la usura internacional, ni con la nacional. Una cosa es el «buenismo», que Zapatero practicó en plan «carpe diem» con sus cheques-bebé, su inicial subida de las pensiones o su Ley de la Dependencia, y otra muy distinta, para un gobernante, ser bueno de verdad. Con el «buenismo» se hinchó a tirar cohetes, y no siendo bueno, ni competente, ni perito, se quedó sin cohetes en un santiamén, y el pueblo español sin nada de lo que fantasmagóricamente habían iluminado.

De aquella reforma de la Constitución que con ligereza infinita hizo Zapatero, por la que, como digo, a los pobres se les obligaba a pagar las deudas de los ricos, vino Rajoy a implementarla con indisimulado entusiasmo, y con ello la injusticia y la miseria que reinan hoy en España. A él, a Zapatero, se le ve bien, como se verá a Rajoy cuando el electorado le despida en buena hora, pero lo que dejó uno y completó el otro, ésta regresión a la noche más oscura, ésta estafa de lesa patria, éste sufrimiento de la mayoría, será la acusación de la que ninguno de los dos logrará desprenderse.

Rafael Torres

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