Le pido disculpas, amable lector, por haber aguardado veinticuatro horas suplementarias antes de abordar este tema. He procurado refrenar el fastidio y hasta la irritación que, lo admito, me producen las salidas de tono de la persona a la que me referiré y escribir más reposadamente algo acerca de la cuestión. Hablo, por supuesto, de esas cosas tremendas con las que de cuando en cuando nos obsequia un dirigente de la CEOE y de su ‘filial’ el instituto de Estudios Económicos, don José Luis Feito. Cada dos por tres, el señor Feito, aupado en el atril de la patronal -que tímidamente alega que el ‘pensamiento feitiano’ no es exactamente el suyo–, nos dice que hay que recortar el subsidio a los parados, que hay que endurecer las condiciones de los desempleados que cobren este subsidio, que hay que aplazar las jubilaciones hasta los setenta años …Tesis todas ellas, dice, conectadas con el puro liberalismo. Será el del ‘laissez faire, laissez passer’ decimonónico.
Empeorando las condiciones de todos, la economía tiende a enfriarse, se reduce el consumo y también la inversión
O sea, que todo vale si se crean puestos de trabajo. Aunque esa es la teoría que el pensamiento feitiano sostiene, no está sustentada en la práctica: empeorando las condiciones de todos, la economía tiende a enfriarse, se reduce el consumo y también la inversión. Y, de paso, se pone al país, cuyos habitantes ya han perdido en los últimos años el cuarenta por ciento de su poder adquisitivo, al borde del ataque de nervios.
Lo peor de todo es que las ocurrencias del señor Feito -que no está solo en sus planteamientos, claro- no hacen sino devolver a los ciudadanos aquella vieja imagen del empresario, puro en boca, lentes oscuros y chistera en cabeza, explotando inmisericordemente a ‘sus’ trabajadores. Imagen, lo dice un pequeñísimo y sufrido empresario como quien suscribe, bien lejos de la realidad: hoy, el tejido empresarial, el de los emprendedores, el de los autónomos, es el que sustenta la economía, mucho más que los representantes de las grandes patronales, entre los que el señor Feito, por cierto, se encuentra. El trabajador es hoy casi un colega del empresario, dispuesto a sacrificarse tanto como este, pero no más, ni más allá de lo razonable. En un país de ochocientoseuristas -antes mileuristas–, con seis millones teóricos de parados, caben, faltaría más, todos los planteamientos, pero las ‘feitadas’ no deberían tomarse demasiado en serio y solamente deberían provocar titulares en el espacio dedicado a los disparates.
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Fernando Jáuregui