La consigna actual de Mariano Rajoy es evitar el choque con Cataluña. Evidentemente es una táctica que no soluciona el problema de fondo. En esa comunidad autónoma hay una mayoría política y social que quieres materializar el derecho de autodeterminación sin que todavía quede claro que la opción es la independencia. Esta ensoñación nunca se maneja como una realidad concreta. Es, en realidad, una técnica para mantener viva la estrategia de la tensión, inherente a la condición del nacionalismo político.
No chocar con Cataluña suena a ganar tiempo mientras se busca la enésima negociación con los gobernantes de esta comunidad: es un proceso sin fin en el que a cada acuerdo logrado sucederá una nueva tensión para obtener ventajas en un nuevo proceso negociador.
La amenaza latente de la secesión será un estigma para el desarrollo de España como un estado moderno
El problema catalán limita al norte con el resto de las comunidades autónomas que no parecen dispuestas a establecer institucionalmente la diferencia. Lo que Pascual Maragall matriculó como «federalismo asimétrico» que en realidad quiere decir un estatus para Cataluña y otro para el resto de España, de rango inferior. Porque esa es otra de las exigencias del nacionalismo: la diferencia. Nunca aceptarán que todos les españoles, independientemente del lugar donde radiquen, tengan los mismos derechos que los ciudadanos de Cataluña-.
España necesita un consenso básico para establecer una definición estable y definitiva como nación. Si eso no se logra, la amenaza latente de la secesión será un estigma para el desarrollo de España como un estado moderno.
Llegadas las cosas a este punto, a quien formula la pretensión de lo imposible hay que darle gusto. Que se pronuncié para siempre. Si se quiere separar, es lo que procede, con todas las consecuencias. Y si ante la posibilidad de tener que decidir quieren quedarse, que sea también con todas las consecuencias.
El chantaje solo tiene un tratamiento definitivo. Su concreción. Porque si se cede ante cada una de las exigencias para evitar que explote, lo único que se hace es que la amenaza sea estable, permanente e insoportable.
La burguesía catalana tiene que pronunciarse. Y también con todas las consecuencias. Si considera que la secesión es una tragedia económica, que lo formule con precisión y que su confrontación con los secesionistas sea nítida. No se puede seguir nadando en esa confusión y pretender guardar la ropa.
Carlos Carnicero