jueves, octubre 3, 2024
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El de la triste figura

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Por suerte y casualidad he visitado a D. Quijote dos veces en tan solo tres días. Dos notables lecturas, bien distintas, pero ambas muy teatrales, de nuestro personaje más universal.  La primera en un teatro, la estupenda producción de Metrópolis teatro Yo soy D. Quijote de la Mancha con José Sacristán encarnando al caballero y dramaturgia de José Ramón Fernández , una propuesta que utiliza lo metateatral para recrearse en la actualidad de la novela y bucea en la lírica de la bondad, a través de la relación del Caballero y Sancho Panza (Sandro Cordero) y que concluye con una Sanchica (Almudena Ramos) muy actual invitándonos a ser todos D.Quijote, todos ellos acompañados en el escenario del violonchelista José Luis López. La segunda, solo un ensayo, sin vestuario, ni escenografía, ni iluminación, que ya permite atisbar que se está ante uno de los grandes espectáculos que tendremos la suerte de ver los meses próximos: Ron Lalá y El Quijote en simbiosis sembrada de arte y locura; imprescindible, no se puede decir más, ni conviene, por el momento. Solo hay que esperar al estreno en el teatro Pavón el diecinueve de diciembre.

Volviendo en el coche completamente enajenada por el espíritu quijotesco, pongo la radio y escucho al presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, presentando el festival internacional Madrid en Danza, que tendrá lugar en las próximas semanas. Medio abstraída aún, se me representan muchos de los bailarines y coreógrafos madrileños, como auténticos quijotes de nuestros días, defendiendo su arte con un idealismo ejemplar, pero las palabras de nuestro presidente interrumpen mi imagen, impartiendo una doctrina muy recurrente desde hace años en los políticos, e incluso en muchos gestores culturales,  destacando que “La cultura tiene que convertirse en uno de los principales atractivos y estímulos económicos de nuestra región en los próximos años” y no es que yo crea que tras esta afirmación se oculta algo diferente a un bienintencionado intento de poner en valor la cultura y el arte, haciendo notar su marcado carácter e interés como futuro filón económico. Sin embargo, afectada seguramente por la sobredosis de las andanzas del de la Triste Figura, no puedo evitar pensar, no ya en D.Quijote, sino en el propio Cervantes. Nadie pondría en duda en la actualidad, su ingente labor como gran generador de la marca España, pero ni el más pragmático de nuestros políticos, sería capaz de defender en público, que el gran valor de nuestro Hidalgo reside en la cantidad de turismo que atrae a Alcalá de Henares, o el mucho bien que le hace su figura como etiqueta a, por ejemplo, los quesos de La Mancha. ¿Hay mayor mal de resultas de esta crisis, que el de tener que justificar hasta el arte y la cultura por una cuenta de resultados?, ¿Qué ideales nos pueden quedar, si lo más “espiritual” debe justificar su existencia en la posible atracción de euros y divisas? Nunca vi con buenos ojos esa moda de que la cultura se desligara de la educación para verse arrimada al turismo, no porque tenga dudas de las grandes posibilidades de desarrollo económico que tiene la actividad cultural, que si muchos son sus posibles beneficios económicos, seguro habrá alguien avezado en el arte de rentabilizar, tanto en el presente como en el futuro, que sabrán obtener buen provecho de ella. Pero es su valor simbólico, su poder transformador y su capacidad para desarrollar la inteligencia y la sensibilidad de los que lo disfrutan, lo que convierte al hecho artístico en imprescindible. Y es por ello, por lo que se hace tan necesario el desarrollo de políticas culturales públicas, al igual que son necesarias las sanitarias y educativas, por ejemplo. Que la inspiración de estas políticas relegue a la cultura a un posible motor de desarrollo económico, da como resultado el que solo se vea la actividad cultural desde la perspectiva de las industrias del ocio y el entretenimiento, y esto es tan dañino para el arte y el auténtico desarrollo de la democracia cultural, como el derroche en fastos seudo-culturales que hemos vivido hasta hace poco tiempo.

Desde luego el arte mancha, D. Quijote, por ejemplo, en su locura, nos mueve algo a todos por dentro cada vez que nos acercamos a su figura. Cómo si no, en lugar de escuchar las palabras de nuestro presidente como lluvia bajo techado, algo en mí se ha desvelado y me ha llevado febrilmente a escribir, revelándome públicamente en lugar de callar como es habitual y acatar ese y otros discursos que parecen dichos para la foto, bienintencionados y que a mi hoy, se me asemejan a gigantes descomunales contra los que hay que batirse. ¡Cuidado con la locura que es contagiosa! Mejor dejar al Hidalgo convertido en una marca o en un aburrido clásico que produce pereza, que hacerlo revivir ante niños y jóvenes y personas de toda condición, que pueden despertar de su letargo y terminar- como yo ahora- gritando locuras en Sierra Morena, pidiendo , por ejemplo, ¡Que se instaure el teatro (el de calidad) obligatorio! en lugar de verlo como posible pasto para turistas.

La dama boba

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