Sólo a un portugués pudo ocurrírsele escribir un libro titulado Bajo la ceniza del tedio. Fidelino de Figueiredo (1889-1967), hispanista, crítico e historiador literario, escribió también un ensayo llamado Un coleccionista de angustias, sobre el envejecimiento de nuestras ideas filosóficas.
El tedio, tan denostado, equiparado erróneamente al aburrimiento, es sin embargo una fuente de creación, de pensamiento y reflexión. La agitación permanente, el espíritu festivo como forma de vida, sólo contribuye a la alienación y a la banalidad chabacana. El tedio es, en Lisboa, la otra cara de la misma moneda, de la saudade.
El tedio es, en Lisboa, la otra cara de la misma moneda, de la saudade
Cuando hablamos de tedio evocamos otros conceptos, como monotonía, silencio, melancolía, que son negativos solamente si nos empeñamos en que la vida sea una fiesta. Pero si observamos nuestros períodos de ocio, sobre todo los más largos, observaremos que están llenos de tedio, de tedio reparador y creativo. De inactividad reconfortante. Y al fin y al cabo, en las míticas novelas ¿qué, si no tedio, es lo que planea en una obra como La búsqueda del tiempo perdido, o en esas narraciones de los mares del sur de Somerset Maugham, en ese inmenso y elegante tedio de los desocupados coloniales? ¿Qué, si no tedio tranquilo son esas tardes tumbados en una playa oteando el horizonte con el rumor de fondo de las olas y los juegos de niños en la arena?
Toda ciudad es un estado de ánimo y Lisboa representa ese puerto de abrigo, ese remanso que nos ayuda a reencontrarnos, suavemente, bajo el manto neblinoso de un cierto tedio. Deambular por la ciudad sin otro objetivo que descubrir rincones, calles perdidas y vacías, edificios singulares, desde medievales hasta racionalistas, patios escondidos, tapias misteriosas sobre las que se amontonan madreselvas y buganvilias.
Las tardes demoradas en un parque de Lisboa, silencioso, tupido, algo triste y bello, nos pueden traer la paz de espíritu necesaria para escribir un poema, para imaginar una fotografía o preparar mentalmente una acuarela. Para entrar en el universo lisboeta se precisa un cierto placer en el tedio.
Recomiendo para ello el Jardim da Estrela, que es un parque con alma, que nos distancia de la ciudad, nos da serenidad y visión del espacio. Pero también puede ir el paseante al cercano Jardim da Parada, en pleno barrio del Campo de Ourique (a estos lugares se llega perfectamente en el mítico tranvía 28, que todo turista -y carterista- conoce), donde entre los juegos de los niños y las conversaciones suaves de los ancianos, se sentirá sosegado y descansará. Jardines y parques escondidos tiene Lisboa muchos y todos ellos con un aire de otro tiempo, que ofrece un auténtico reposo.
A Lisboa se viene a recuperar el tiempo, el aliento, reencontrarse con uno mismo
Pero no sólo de jardines vive el tedio reparador. En Lisboa hay viejos cafés, silenciosos, sin la televisión permanentemente encendida y sin máquinas tragaperras, donde un café o un agua mineral nos pueden amortizar un largo rato para leer, observar los parroquianos o descansar del paseo por las omnipresentes cuestas y pendientes que le dan encanto a la ciudad. Pues el tedio, como esta ciudad, no tiene prisa, es todo lo contrario. El tedio, con la T de tiempo, es un concepto del tiempo, de ese afán que nos suele consumir con prisas, precipitaciones y palpitaciones.
Viajar a la búsqueda de la diversión, de la fiesta, del jolgorio, es todo lo contrario de lo que debería hacer el visitante en Lisboa. Aquí se viene a recuperar el tiempo, el aliento, reencontrarse con uno mismo. Un par de buenos libros, a ser posible de poesía, paseos por miradores con vistas al Tajo, un cuaderno de apuntes, esos serían los ingredientes de una visita de Lisboa.
Recomiendo el Adamastor, con sus jardines que miran sobre el río, como uno de los lugares para sentir paz y tedio. El Adamastor era ese monstruo que atronaba desde las altas rocas del Cabo de Buena Esperanza a los intrépidos navegantes, y que Camões ha dejado en Os Lusíadas. Otro lugar es el Largo del Museu, junto al Museo de Arte Antigua, en la rua das Janelas Verdes.
Redacción