Voy a arriesgarme a decir que España está de moda. Hace diez años, nuestro país apenas aparecía en los titulares de los grandes periódicos occidentales. En cambio, ahora, para bien o/y para mal, ahí estamos cada día. Uno, en su simplicidad, diría que eso de la ‘marca España’ es algo que se construye como a golpes, o más bien a impulsos. Un día aparecen los Príncipes, elegantísimos -notables los cambios en la apariencia de doña Letizia–, conociendo a fondo partes de Estados Unidos menos frecuentadas por los estamentos oficiales españoles. También se nos muestra a Mariano Rajoy departiendo en París, quién sabe de qué –¿hablarán de Cataluña?, con François Hollande, el decaído presidente francés. Pero luego tenemos las fotografías del comisario económico europeo, Olli Rehn, pidiendo a nuestro país «más esfuerzos» para intensificar las reformas: o sea, ‘moderar’, más aún, los salarios, entre otras cosas. Y tenemos, claro, las imágenes de Madrid, esas con las calles llenas de basura que han dado, ay, la vuelta al mundo.
España no puede ser el país de los parados, de los jóvenes que emigran, de los casos de corrupción sin castigo
Estos contrastes hablan, sí, de un país vivo. Pero también lleno de deficiencias, que algunos sectores explotan insistiendo en la falta de seguridad jurídica que padece la nación, merced a una errática política oficial y a la debilidad de eso que se llama, magmáticamente, la sociedad civil. Ocurre que nadie parece apostar por una sola vía, ni en lo referente a la tentación secesionista de la Generalitat catalana, ni en lo que respecta a la solidez del futuro de la Corona –¿cuántos reportajes han aparecido estos días sobre el heredero a la espera en Gran Bretaña, que ha cumplido ya la edad de jubilación? ¿Cómo no detectar el mensaje dirigido ‘a casa’?–. Ni, claro, parece que haya un Gobierno que apueste por un camino rectilíneo capaz de contentar las continuas exigencias de la UE, que nos tiene sometidos a la ducha escocesa: un día elogia la marcha del Ejecutivo español, otro nos llega el varapalo de Rehn o/y de Durao Barroso.
Y lo mismo podría decirse de la huelga de basuras, con una alcaldesa a la que sus propios correligionarios, quién sabe si pensando ya en la ‘batalla de Madrid’, han puesto en una situación extremadamente complicada. Aquí, en este país nuestro, todo se va en maniobras orquestales en la oscuridad, en luchas subterráneas por un poder que nadie confiesa querer. El Príncipe dice en California que este es un buen momento para invertir en España -y, en efecto, parece que lo es- y algunos ministros ofrecen una lamentable imagen de sumisión a los erráticos ‘diktats’ de los eurócratas máximos. Enviamos al mundo la imagen esplendorosa del heredero de la Corona y su esposa y, al tiempo, el mundo contraprograma con fotografías de las sucísimas calles madrileñas.
Contradicciones y más contradicciones. Uno, ya digo que sin duda en su escasa perspicacia, duda de que exista un plan magistral conectado con la necesidad de sacar adelante la ‘marca España’. Pero esta necesidad existe: no podemos afrontar 2014, que tan lleno de acontecimientos se adivina, sin que ese plan, que sin duda ha de definirse por una serie de iniciativas del estamento político que dice representarnos -empezando por una crisis de Gobierno– , se ponga de manifiesto. España no puede ser el país de los parados, de los jóvenes que emigran en busca de perspectivas mejores, de los casos de corrupción sin castigo y de los desmanes políticos sin freno. No, no creo, la verdad, que todo eso pueda contrarrestarse con victorias de la Roja, con fiestas, con corbatas con la bandera rojigualda y con recorridos por el mundo de nuestros muy guapos Príncipes de Asturias. Si es verdad que, ya digo que para bien y/o para mal, España está de moda, es el momento de aprovecharlo. Pues hala, al tajo de una vez.
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Fernando Jáuregui