sábado, noviembre 23, 2024
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Reivindicación de lo breve

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Muchas veces, antes que una larga historia, lo que uno necesita es el esbozo de un relato que, como una chispa que iluminase apenas el fondo oscuro del cuento, deje entrever más lo que cada lector lleva dentro de sí que el texto del autor. Lo que entonces necesita la narración no es tanto de frases y palabras, como de lo que uno rememora a través suyo. Tal vez no sería excesivo afirmar que en esos casos no puede existir un lector desmemoriado.

Quizás sea por eso que la lectura es sobre todo evocación, de otras lecturas previas, por supuesto, y también de innumerables vivencias propias. Esa evocación está presente, creo yo, en cualquier escrito, pero llega a ser esencial cuando se trata de textos no ya breves, sino mínimos.

Las hiperbrevedades se caracterizan no tanto por lo que cuentan como por lo que dejan entrever

Tal es el caso, por supuesto, del hermoso haiku que escribiera en su umbrío jardín de Kyoto aquel samurái aburrido de la vida, así como de los versos de muchos poetas del siglo XX, encabezados sin duda alguna y con todos los honores, por los de Ungaretti: M’illumino/D’immenso.

No hay nadie que pueda limitar el sentido de sus famosos versos al significado de sus dos únicas palabras. Al contrario, cada lector, según su propio pasado y según hayan sido sus particulares lecturas anteriores, encontrará agazapadas entre sus letras, no ya una sino muchas historias.

Cuando se habla de relatos mínimos, suelen evocarse algunas de las obras más conocidas de Monterroso. Asimismo, en España también ha habido una gran tradición de esta clase de narraciones, entre las que destacan sin duda alguna las fomentadas, desde hace casi un cuarto de siglo, por el Círculo Cultural Faroni gracias a su premio anual de relato hiperbreve.

De esta manera, me parece que las hiperbrevedades se caracterizan no tanto por lo que cuentan como por lo que dejan entrever, esto es, por todo aquello que evocan. Todas ellas, al margen de sus dos, tres o cinco líneas de texto, conllevan dos momentos implícitos; uno anterior y otro posterior a la narración. Comparten, de alguna manera, un antes y un después que pertenece, no tanto al universo ficticio creado por el autor, como al no menos irreal producido en exclusiva por cada uno de los lectores. Si no fuera por estos dos elementos, el relato hiperbreve se encuadraría en otras categorías literarias, como pueda ser la greguería o la anécdota cercana al chascarrillo.

Aunque podríamos citar muchísimos textos que ilustrasen esa doble faceta imaginativa que caracteriza a lo hiperbreve, me gustaría recordar ahora un relato que, en mi opinión, desde ese punto de vista resulta particularmente significativo: «- Esta sale del corazón, esta sale del corazón, gritaba el lanzador de piedras».

              

Ignacio Vázquez Moliní

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