jueves, octubre 3, 2024
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Submarinos en el Tajo

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Como sin duda alguna a estas alturas ya sospecharán mis lectores, soy yo poco aficionado a los asuntos militares, no tanto por rencor histórico, que en mi caso estaría más que justificado, ya que fue un golpe militar el que a la postre, y tras un proceso insensato de colectivizaciones agrícolas, me privó del pacífico disfrute de mi hermosa finca alentejana, como por mi peculiar talante tranquilo, civil y, sobre todo, pacífico cuando no abiertamente pacifista.

Es por todo ello que debo confesar sin sonrojo alguno que no tengo ni la menor idea de cuál era la clase o el tipo de nuestro viejo y entrañable submarino portugués que, casi desde que tengo memoria, navegaba siempre en superficie, y a muy escasos nudos, en repetida singladura por nuestro pacífico Mar de la Paja, sin adentrarse jamás más allá de la costa de Estoril por las siempre traicioneras aguas del Atlántico. Era, qué duda cabe, un submarino prudente, recoleto, seguramente ineficaz para misiones de envergadura naval, pero que, a su manera, cumplía más que de sobra con el objetivo de que el gallardete de Portugal ondease alegre y despreocupado en su torreta mientras, desde la Plaza del Comercio o los muelles de Alcântara, los turistas le fotografiaban divertidos.

Luego, como es sabido, llegaron también a Portugal tiempos más anodinos. Cierto es que algo bueno trajeron: brilló de nuevo la Justicia reintegrándome en la posesión de mi finca. Pero al mismo tiempo, ay dolor, hicieron que nuestros políticos perdieran la cabeza, olvidando la tradicional prudencia de no perder nunca de vista lo que es posible y realista para un país pequeño como el nuestro, para abandonarse al frenesí del gasto ilimitado.

De repente, se dijo que el viejo sumergible hacía aguas por todas partes. El desguace era su única salida. De la noche a la mañana se encargaron a Alemania no uno, sino dos, nuevos submarinos. El coste, se nos dijo, era lo de menos. Lo importante era garantizar la defensa de las costas portuguesas.

Por fin llegaron a Lisboa, con puntualidad germánica, los flamantes submarinos. Hubo hermosos discursos y alguna que otra arenga patriótica. La banda de la Marina interpretó no sólo el himno nacional sino también, con buen ritmo, algunos fados famosos. Luego, sin temor alguno, se adentraron las flamantes naves hacia las profundidades oceánicas.

Al cabo del tiempo regresaron ambos submarinos sin novedad alguna. Llegó al mismo tiempo, eso sí, la crisis que nos agobia. Ya no había dineros públicos con los que pagar el combustible ni el mantenimiento necesario a las empresas alemanas. Quedaron los dos, por tanto, hasta que llegaran mejores tiempos, amarrados en la soledad de un dique.

Al cabo del tiempo, se ha sabido también que la Justicia ha intervenido en este caso. Se habla de comisiones multimillonarias y de pésima gestión de los recursos públicos. Es posible que haya en todo esto no poco fundamento. Sin embargo, me parece a mí que también haría falta iniciar acciones legales contra los que tan despreocupadamente ordenaron que aquél entrañable y poético submarino de nuestra juventud fuera convertido en chatarra inservible.                      

Redacción

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