viernes, octubre 11, 2024
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El portavoz habla claro

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José María Gil Tamayo, nuevo secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal, habla claro. Quizás porque, amén de cura, es periodista. Charlando con él, llega uno a la conclusión de que no hay continuidad en el lenguaje tantas veces jesuítico que caracterizó la anterior etapa de la portavocía del episcopado.

 

Es un cambio positivo porque la transparencia, sin ser virtud teologal, es compañera de la verdad y en estos tiempos tan dados a los eufemismos andamos faltos de sinceridad. Dice Gil Tamayo que la Iglesia no es ni un partido político ni una ONG y en ese decir creo que nos está anunciando varias novedades. La primera, en la línea del Papa Francisco, es que la Iglesia quiere ser una voz para toda la sociedad. No sólo para quienes van a misa. Visto que por decirlo con el lenguaje de estos días, el mensaje evangélico es «transversal», parece, como digo, que estamos ante un cambio significativo porque por exceso de contigüidad de algunas de las actuaciones del anterior equipo de comunicación con el actual partido del Gobierno cuando estaba en la oposición, muchos católicos que no votaban al PP parecían quedar fuera de la órbita de los mensajes de la Conferencia Episcopal.

 

Suena mejor el nuevo lenguaje. En estos primeros compases de su nuevo cometido le hemos preguntado a Gil Tamayo por el problema más sensible de cuantos ahora tenemos planteados en España. Me refiero a los excluidos por obra de la crisis (21,6% de los españoles según el INE viven por debajo del umbral de la pobreza) y a los desheredados, los inmigrantes que llegan desde África huyendo de la miseria y el hambre cuando no de la guerra.

Sobre los primeros recuerda algo que es de justicia recordar: la obra de Caritas, organización humanitaria que depende de los obispos, es la gran red de solidaridad que sin alharacas ayuda a más de un millón de ciudadanos a sobrellevar la pobreza intentando que no pierdan su dignidad de personas. Acerca de los inmigrantes y de las polémicas concertinas instaladas en la frontera de Melilla y Ceuta con Marruecos, Gil Tamayo que recuerda su condición de hijo de emigrantes va por derecho: «No es manera de afrontar el asunto; no se puede atentar contra la vida de las personas desvalidas. Habrá que regular la inmigración, pero siempre desde el respeto básico y esencial a la vida».

Mensaje directo para el ministro del Interior. Como buen extremeño, Gil Tamayo no se anda por las ramas. Tengo para mí que, en esta ocasión los obispos han acertado.

Fermín Bocos

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