miércoles, octubre 2, 2024
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El innecesario acuerdo ortográfico Brasil-Portugal

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Es corriente desde hace más de un año ver que algunos escritores y periodistas portugueses indican en su firma ‘X. escribe de acuerdo con la antigua ortografía’, o ‘según el antiguo acuerdo ortográfico’.

Para quienes amamos las palabras, nada peor que este Acuerdo, que impone una grafía simplificada a palabras portuguesas de siempre. En Brasil no se aplicará, en principio, hasta 2016. Y ya veremos. Bastante tenemos ya con la gramática, ese aparato policíaco del lenguaje, que dijera Ortega y Gasset.

Muchas palabras pierden sentido con la nueva forma impuesta. Es innecesario, empobrecedor y caro

El Acuerdo, de 1990, fue firmado hace más de dos años por el primer ministro Sócrates y el presidente brasileño Lula, en un afán –tan político- de buscar un problema donde no lo había. Y, claro, aún no es posible aplicarlo porque, encima, es caro, es preciso cambiar los logiciales de ordenadores e imprentas; todo caro e innecesario. Y muchas palabras pierden sentido con la nueva forma impuesta. Es innecesario, empobrecedor y caro. Siempre hemos podido leer los libros brasileños sin necesidad de Acuerdo, así como los brasileños leen a los portugueses.

Decenas de grandes escritores y pensadores –entre ellos el poeta Vasco Graça Moura, Adriano Moreira, Teolinda Gersão, Mario de Carvalho y Miguel Sousa Tavares -se han manifestado contra el acuerdo, contra esta nueva lengua, el “acordés”, evidentemente sin eco alguno en el poder gubernamental. Para el gobierno, como para casi todos los gobiernos, la literatura le resulta prescindible y sigue impertérrito manteniendo el espurio acuerdo. Ya sabemos en esta Península que la cultura no interesa salvo para dar bombo al poder. Si no, nada, rúa, como decimos aquí en Portugal: a la calle, fuera.

Una cosa es adaptar –a veces- la grafía a la pronunciación real, lo que suele dar en disparates también, como ya se hizo a principios del siglo XX, cambiando, por ejemplo ph por f (lo que privó al portugués de un regusto antiguo que aún se puede apreciar en las viejas ediciones de Eça de Queiroz), y otra es modificar la forma de escribir en aras de una supuesta mejor comprensión entre brasileños y portugueses. El lenguaje sirve para entenderse. Y para que nos entendamos brasileños  y portugueses no necesitábamos en absoluto de ese Acuerdo. Y nos seguiremos entendiendo, sin necesidad de andaderas políticas ni de imposiciones de los grandes grupos editoriales –brasileños, casi siempre- que se ahorran dinero banalizando el idioma. Ahora, por citar sólo un par de ejemplos, uno no sabe si las gotas que acaba de recetarle el médico son ópticas u óticas, o si leemos sobre el traje (fato) o sobre el acontecimiento (fato): qué confusiones innecesarias, señor. 

Los políticos siempre estropean el lenguaje, lo utilizan como mecanismo de opresión o como arma arrojadiza

Entre tantos problemas que tiene la cultura portuguesa, entre tanta carencia -agudizada por las restricciones presupuestarias, que hallan en la cultura el perfecto terreno para recortar- el Acuerdo era la última de las prioridades, si es que alguna vez lo fue. Lo que demuestra éste es que los políticos no tienen por qué meterse en camisas de once varas ni en temas de filología, lenguaje y lengua. Siempre lo estropean, lo utilizan como mecanismo de opresión o como arma arrojadiza. En nuestra vecina España tenemos bastantes ejemplos de lo que puede ocurrir con la agresión lingüística. El idioma es algo demasiado serio como para dejarlo en manos de los políticos.

Rui Vaz de Cunha

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