Se atribuye al dramaturgo griego Esquilo la frase que mejor define lo que acostumbra a ser el primer fotograma de toda guerra o de toda operación política destinada a cambiar de forma violenta el orden anterior de las cosas. «La verdad es la primera víctima de la guerra».
Lo hemos visto días atrás en las revueltas que han tumbado al presidente Yanukóvich en Ucrania y lo estamos viendo en las últimas horas en los acontecimientos que se suceden en Crimea al hilo de la intervención militar rusa. La sustitución del Gobierno elegido democráticamente hace dos años en Ucrania, fue fruto de un acto de fuerza. En términos técnicos, una maniobra de esa naturaleza y características, es un golpe de Estado. Fruto, si así se quiere ver, del hartazgo de un parte de la población ante la corrupción y la deriva autoritaria del Gobierno de Kiev, pero, a la postre: golpe de Estado.
Ocultar a ojos de la opinión pública esa realidad es provocar la primera víctima a la que se refería Esquilo. Hay más. El papel de la UE en la crisis. Primero instando a las fuerzas pro occidentales (y por lo mismo anti rusas) a presionar al ahora depuesto Gobierno para que se acercara a Bruselas repudiando los lazos históricos que unen a Ucrania con Rusia. Mientras Rusia abarataba el precio del gas y facilitaba crédito bancario, Berlín (Merkel) y París (Hollande) hablaban de ayudas, pero sin concretar ninguna. Tardaremos en saber -pero acabará sabiéndose-, quién estaba detrás de los grupos ultraderechistas que fueron la punta de lanza de la revuelta de la Plaza Maidan. Algunos de sus jefes controlan ahora puestos clave en la nueva nomenclatura del poder recién instaurado en Kiev.
No saber quien ha movido los hilos que promovieron el estallido, es la verdad pendiente de esclarecer. La otra gran verdad pendiente a la hora del balance sobre la responsabilidad política contraída en el peligroso desarrollo de los acontecimientos pasa por acotar el papel del Gobierno ruso. La responsabilidad política contraída por el presidente Putin. El despliegue de tropas inequívocamente rusas -pese a la ausencia de distintivos-, fue una maniobra ajena al tratado por el cual Moscú dispone en régimen de alquiler de una base naval en Sebastopol para su Flota del Mar Negro. El posterior cerco a otras bases y cuarteles del Ejército de Ucrania constituye una violación de la soberanía de Ucrania. Un acto de guerra. Negarlo -como hace el Kremlin aduciendo que cuentan con el respaldo de la población de Crimea, de mayoría pro rusa-, no reduce la gravedad del hecho.
Por todo lo expuesto, queda subrayado, como decía, que la verdad ha sido -está siendo- la primera víctima de esta crisis. ¡Ojalá! que no acabe en guerra, dando un último sentido a la frase de Esquilo.
Fermín Bocos