Cuando hace diez años recopilaba documentación e historias para ilustrar mi libro Hay vida después de los cincuenta, me alarmé ante una frase de Carmen Iglesias, catedrática y tutora del Príncipe de Asturias: «La historia ha demostrado que siempre podemos volver atrás». Se refería al peligro, siempre latente, de que los derechos adquiridos por las mujeres en los años de democracia en nuestro país, pudieran ser fulminados algún día, por alguien sin escrúpulos o por el propio devenir de los pueblos. Puso como ejemplo el caso de la república. Una época en la que las mujeres habían alcanzado grandes cuotas de libertad e independencia, que fueron borradas de un plumazo con la llegada del franquismo.
La crisis, los recortes no han llegado tan lejos como se llegó en esos cuarenta años de dictadura, pero ojo que son muchas las instituciones que están alertando de la posibilidad de que en unos años, muchos de los derechos y libertades adquiridas pasen a mejor vida. El ejemplo más fragante es la Ley del Aborto que prepara el Gobierno, cuando a poco listo que sea el ministro Gallardón, debe saber que con la última ley de Zapatero, el número de abortos ha disminuido. Pero no es solo eso, desde algunas comunidades autónomas se apoya la segregación por sexos en los colegios, lo que supone un gran retroces o si queremos conseguir la tan deseada igualdad de géneros.
Hay más, en Castilla-La Mancha se están suprimiendo empleos en centros dedicados a proteger a las mujeres maltratadas. Una decisión que me pone los pelos como escarpias porque es una medida que pone en peligro la vida de esas mujeres que al denunciar al marido o al compañero, no pueden volver a sus hogares, lo que les deja a merced de unos individuos sin escrúpulos.
Invito a leer la macroencuesta elaborada por la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Comunidad Europea, en la que han participado 42.000 mujeres, y en la que se informa de que el 22% de las europeas ha sufrido violencia machista, y el otro 67% la ha sufrido pero no se lo ha comunicado a nadie, lo que las convierte en mujeres invisibles, condenadas a vivir en un infierno el resto de sus vidas. La razón de tanto silencio hay que buscarla en la educación recibida, en el miedo, y también en la falta de medios y trabajo, lo que les impide empezar una nueva vida fuera de su entorno familiar. De ahí la necesidad de hogares donde se sientan protegidas hasta que puedan empezar una nueva vida.
Resulta curioso el conformismo de algunas jóvenes, y no tan jóvenes, que piensan que como ya todo está conseguido no tienen que luchar por conservar lo que con tanto esfuerzo se ha conseguido. Y se equivocan, basta con leer la prensa diaria para darnos cuenta de que el peligro de una vuelta atrás, está ahí, a la espera de que a alguien se le ocurra meter la tijera en las leyes que nos ha dado categoría de ciudadanas de primera.
Rosa Villacastín