Avisó la Selección con su fútbol churrigueresco y mórbido, espejo de una nación decadente. Pocos días después, el Barça se arrastró frente al Pucela, con un Messi renacido que después de vomitarse a sí mismo, pasó de divino a mortal, en un grupo que hace años perdió la gracia, y ahora también la estructura, el fútbol, y la inercia. El Madrid se encontró de repente frente a sí mismo. Un rival se ha ido descomponiendo a ritmo constante, a la vista de todos, sin que quepa la duda ni la sorpresa. El otro, el de la sangre seca, levanta un monumento a los caídos en cada victoria. Es poético, pero siempre fueron más hermosos los derrotados. Y el Real nunca se caracterizó por la piedad.
Varias filas de arcabuceros del Levante, se apelotonaban por el medio del campo. No había sitio ahí para nada, excepto para el roce. El algoritmo del Madrid, decidió armar el pase largo y el cambio de orientación, ya que los jugadores que estuvieran pegados a banda, tendrían tiempo de sobra para bajar el balón, pensar, comenzar la jugada y terminarla con un centro al sitio más concurrido posible. Era difícil entrar, pero no había nadie en el campo, ni fuera de él, -el mundo, o sea- que tuviera dudas respecto al desenlace de la ficción. En estas llegó Cristiano y a la salida de un córner, se elevó por encima del vulgo y enganchó el balón en la bajada, lenta y mortal como un atardecer de Domingo.
En el campo no se apreció la repetición, pero los espectadores vieron durante un rato la figura de Ronaldo manteniéndose en el aire, como manipulado por un joystick desde el palco, y corriendo hacia su teatro arrabalero como si viviera en un anuncio de Nike.
El Madrid, sin ser colosal, es una catedral románica de gran resistencia a los vientos, y donde entra la luz justa para iluminar la consagración. En el vértice donde muere la jugada enemiga, empieza la propia. Si a Xabi no se le pone perro de presa, como fue el caso hoy, habrá un surtidor de pases y de juego, que con más o menos dilación, acabará derrumbando la resistencia del rival. Desde muy lejos se le observa pensar al vasco. Es rápido el proceso. Una recuperación, el cuerpo que se acomoda y la pelota que viaja entre líneas, hacia las bandas, buscando el límite del campo, o hacia Modric. El vaivén de la pelota, es muchas veces demasiado clásico, sobre todo si como en la primera parte del partido, Di María y Marcelo están remisos a aventurarse en solitario. No importa demasiado, porque hay gran cantidad de puñaladas disponibles. Es sólo que el efecto no es demoledor, y el espectador disfruta con las grandes catástrofes más que con la visión de una marea que sube de forma paulatina.
Comentaba Jarroson, destilado puro del Bernabéu, una queja que en círculos selectos se le hace este año a Marcelo. Ha perdido el halo. Una locura en la conducción, un internarse en zonas del área por sitios donde no había huella anteriores, una cosa ebria en su juego y a la vez exacta. De todo eso; el recuerdo. La realidad era la de un jugador más fiable cerca del área, buen defensor en los medios, aplicado tácticamente, atado a la banda por Di María, buen centrador de combas infantiles. Jugaba con un peso. Quizás a no errar y salir de la alineación, quizás el regate ya se le fue, o el pie no le respondía. Quizás, quizás, quizás. Pero Marcelo hace tiempo que ha encontrado el tamaño justo del pie; y sí, puede que su cintura ande más rígida, por miedo al qué dirán. Mientras los analistas meneaban la cabeza, Marcelo pellizcó el balón desde la zona de Di María y halló una parábola que buscó la cabeza de Benzemá. El balón fue al poste rozado por las manos del portero. Y algo más tarde, en un corrimiento de tierras que Cristiano protagoniza por la izquierda, surge el brasileño, que andaba por ahí, baila la pelota tumbando al defensor y en el mismo gesto la mete a media altura hasta el fondo de la portería.
La burla, la magia y la exactitud del daño. Y Marcelo siguió jugando como si nadie le observara.
Desde ese gol, el partido respiró de otra forma. Más ligero, menos estructural, con el Levante tan replegado hacia sí, que «llegar a Diego López» le parecía más una metáfora que una realidad. En el Madrid participaban democráticamente todos lo integrantes del ataque, incluido Bale, el más torpe, con su medio cuerpo siempre perfilado, que hace obvio su juego y aún así, muy cerca de marcar en un par de disparos con esa facilidad suya tan natural. Un disparo que nace de la zancada, sin aviso. Por eso mismo, suele pillar a los porteros a medio vestir.
El árbitro expulsó a David Navarro por una entrada de otro jugador a la rodilla de Varane, y Caparrós, se encaró con el público a la sevillana, haciendo un truco viejo que despertó el aplauso de los nostálgicos. En el parte de incidencias, destacó la muerte súbita de Carvajal, alcanzado por algún adjetivo inapropiado y los minutos de Isco, bonitos y algo barrocos, con una conducción que dio la vuelta al campo y acabó en un rosario de ocasiones falladas por los delanteros.
REAL MADRID, 3- LEVANTE, 0
Real Madrid: Diego López; Carvajal, Varane (Nacho, m. 69), Sergio Ramos, Marcelo; Modric (Isco, m. 74), Xabi Alonso, Di María; Bale, Benzema (Jesé, m. 83), y Cristiano.
Levante: Keylor Navas; Vyntra, David Navarro, Juanfran, Nikos; Pedro López, Sergio Pinto (Nagore, m. 74), Sissoko, Pallardó (El Adoua, m. 69), Ivanschitz; y Barral (Ángel, m. 87).
Goles: 1-0. M. 11. Cristiano. 2-0. M. 49. Marcelo. 3-0. M. 81. Nikos, en propia puerta.
Árbitro: Iglesias Villanueva. Expulsó con tarjeta roja directa a David Navarro (m. 64). Amonestó a Sergio Ramos, Di María, Vyntra y Pallardó.
Unos 75.000 espectadores en el Bernabéu.
Ángel del Riego