Los más críticos con el mundo occidental se suelen fijar en ciertas cuestiones y, a veces hacen paralelismos legitimadores para Putin. Por ejemplo, la operación, política y militar, que desembocó en la independencia de Kosovo. Otro tema: el «avance» de la OTAN hacia la frontera rusa. Libia y Siria son otros ejemplos a los que acuden.
A los kosovares los serbios los trataban a patadas en su propio país, esencialmente porque eran de origen albanés. Puro estilo nazi o estalinista. Ciertamente Kosovo se extrajo de Serbia con fórceps militares pero, al menos, los kosovares han dejado de ser víctimas de los serbios. A los rusos en Crimea y Ucrania nadie les ha tratado mal.
En Libia los occidentales, con apoyo árabe, intervinieron cuando Gadafi se encaminaba a Bengazi donde se iba a producir un baño de sangre, cosa que difícilmente podía permitir Europa en su umbral. Ahora dicen algunos que estábamos mejor contra Gadafi. Como contra Franco…..
En Siria, Rusia actuó inteligentemente y forzó a su pupilo Asad a renunciar a las armas químicas para evitar la gran bofetada anunciada por Obama y Hollande por usar ese armamento químico contra su propia población, como hizo Sadam Hussein con la suya en Irak antes ya de la legítima primera guerra del Golfo (la segunda es la que no tuvo el respaldo de NNUU). Sin esa amenaza de los malvados Obama y Hollande el aún más malvado Asad seguiría gaseando a los suyos. Eso sí, las medallas se las pusieron a Putin, protector de Asad.
El «avance» hacia Rusia de la OTAN tiene dos aspectos por comentar. El ingreso en la misma de los antiguos países del Pacto de Varsovia, ex-vasallos de la eterna Rusia imperial, modalidad URSS, incluidos los tres bálticos fagocitados en su día por Rusia, era el corolario lógico de su libertad recobrada, que ha de protegerse, como lo fue asimismo su ingreso en la Unión Europea, a la que Ucrania tiene derecho a acercarse. Otra cosa han sido las imprudencias de Bush Jr. (su padre era más serio), que quería meter a Ucrania y Georgia en la OTAN, lo que con Obama perdió fuelle, y de Lady Ashton y la Unión Europea, acercando Ucrania a la UE con prisas exageradas y poca diplomacia con el oso ruso, su antiguo propietario, versión imperialista Putin.
Esperemos que al caerse su careta, que nunca fue democrática, con lo de Crimea y la crisis ucraniana, Putin sea visto como lo que es: un autócrata sin limitaciones que gobierna con su policía, sus ex-colegas espías, y sus militares merced al apoyo nacionalista de una mayoría de rusos atragantados por haber perdido la guerra fría (lo piensan más ellos que los occidentales). Como la Alemania medio derrotada en 1918 buscan desquites. Puede que Putin garantice el orden interno (como cualquier Mubarak), lo que no es poca cosa, en un país que dispone del mayor arsenal nuclear del mundo. Pero Hitler, Mussolini y Stalin son precedentes terribles de hasta donde se puede llegar imponiendo por la fuerza hechos consumados. Putin ha actuado del mismo modo antes en el Cáucaso y aledaños.
Ucrania no va a perdonar fácilmente que se le haya quitado ahora, y de esta manera humillante, la Crimea que libremente le regaló Rusia antes. ¿Qué Ucrania? Porque hay varias, como las Españas. Sin duda la occidental y prooccidental que se alejará aún más de Rusia en dirección a la UE y a la OTAN. Lo primero, tras embolsarse a Crimea, lo tendrá que soportar Putin. Quizás por considerarlo inevitable se ha cobrado corriendo la pieza de Crimea. Lo de la OTAN es ya más delicado. Los occidentales deben ayudar a Ucrania, y Georgia, pero sin ingresarlas en la Alianza Atlántica. Algunos pueden considerarlo una concesión a Moscú, pero las previas imprudencias occidentales conllevan, en todo caso, ésta penitencia. Sabiamente Kiev dice ahora que no quiere adherirse a la OTAN. ¿Dará entretanto Putin otro empujón en las Ucranias rusófonas y rusófilas para anexionarlas? Puede hacerlo, aunque lo ha negado. Inquietante.
Si la Ucrania restante tras la amputación de Crimea quiere sobrevivir necesitará volver sosegadamente a un cauce plenamente democrático, conseguir unos pactos internos entre sus diferentes coloraturas étnico-culturales y lograr un equilibrio este-oeste al menos tácitamente avalado por Moscú y los occidentales. Crimea no vale la guerra mundial que se alejó con la caída del muro de Berlín. Pero los occidentales han de mostrar en su diplomacia una necesaria firmeza porque de lo contrario los siguientes bocados para el hambriento Putin pueden ser trozos de Ucrania e intentar medrar en los tres bálticos donde hay mucha población rusa.
Carlos Miranda es embajador de España.
Carlos Miranda