lunes, noviembre 25, 2024
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Suárez, el presidente

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Fueron años muy intensos. Tal vez demasiados para aquel adolescente que jugaba a querer ser periodista.

Cuando el joven Alberto Peláez vió como se levantaba de su escaño Adolfo Suárez González, en el Congreso de los Diputados para salvar al General Gutiérrez Mellado y sobre todo a la Democracia, fue cuando realmente quiso ser periodista. Lo veía con los ojos inocentes de los dieciséis años, con esos con los que categoriza el ser humano al héroe y de ahí, al mito. Lo veía con los ojos de un joven que quería comerse el mundo a dentelladas y que habría dado la vida por haber estado esa tarde del 23 de febrero de 1981 en el hemiciclo.

Suárez sabía que tenía que defender a España y a la libertad por encima de cualquier tricornio

El General Gutiérrez Mellado que miró a la muerte de frente, a la cara, como lo hacen los hombres que se visten por los pies. Y ahí también estaba Santiago Carrillo, con sus gafas y su mirada atenta e imperturbable; y desde luego, ahí estaba Adolfo Suárez González levantándose de su escaño con bríos, sin dudarlo, sabiéndose seguro de que tenía que defender a España y a la libertad por encima de cualquier tricornio.

Los ojos inquietos del adolescente, vieron cómo Adolfo Suárez supo capitanear el paso proceloso de la Dictadura a la Democracia; y también la conformación de una Constitución para todos y de todos; y también la legalización del Partido Comunista;  y también los famosos Pactos de la Moncloa y como no, las primera elecciones allá por 1977.

Sin embargo, lo que más he admirado sin lugar a dudas de Adolfo Suárez ha sido la gallardía y dignidad que tuvo cuando sus correligionarios de partido dejaron de serlo y emigraron a Alianza Popular o Partido Socialista. Las felonías, las traiciones tuvo que echárselas a la espalda y seguir, seguir solo. Solo con su alma por el desierto a la Democracia; solo con su alma como ahora se ha marchado a visitar a Dios.

Él, que dio la vida por España y por las ideas por las que creía, se quedaba abandonado por sus propios compañeros. Sin embargo, jamás hizo un aspaviento en público y siguió mirándose y mirándoles con honor, a la cara, como lo hacen los hombres que no tienen nada que esconder.

Dio la vida por España pero se quedaba abandonado por sus propios compañeros

Los españoles tenemos una deuda inconmensurable de gratitud hacia la figura de Adolfo Suárez. De todos los presidentes de la democracia española, sin duda Adolfo Suárez ha sido el más importante; y lo ha sido porque, el camino sinuoso hacia la libertad lo convirtió en un paseo sin derramamiento de sangre.

Este hombre telegénico, de buenas maneras; este galanteador de la cámara – por ese especial carisma que tenía – se ha ido para posar ahora en otras cámaras, esas de la Inmortalidad. 

Alberto Peláez

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